La campaña publicitaria con propósitos electorales de un alto funcionario público “de cuyo nombre no quiero acordarme”, pero que quiere salvarnos del neoliberalismo impío, empezó desde hace rato. Comenzó con formidable gracia, pisto, mucho poder y picardía, digitalizando sonidos e imágenes por montones, para meternos en la mollera que no ha habido en la historia moderna, desde que transitamos a la civilización “democrática”, hasta hoy, un Congreso Nacional como este, que nos asegura, incluso, por adelantado, un país de 50 años repletos de leche y miel. Y lo mejor, sin miedo a que lo maten a uno en la calle por cualquier babosada. Pero, ojo, fíjese bien en el cálculo mediático de precisión manipuladora, en donde no es el Congreso que se propagandiza.
Las imágenes, palabras, voz y sonidos ambientales de estos spots no son, explícitamente, la del candidato a la presidencia de la República, sino la del ¡Presidente actual del Congreso Nacional!, cuya “pretensión” es dar a conocer las “bondades” de esta institucionalidad del Estado, metiéndonos contenidos con la sutileza de un engañabobos de mal gusto.
El susodicho redentor y amado por las masas destila con estos “anuncios” mucho irrespeto con violencia sutil al tratar de hacernos sentir que el suelto publicitario que no propagandístico, es una necesidad de proyección informativa del Congreso, cuando en sustancia lo que busca es su reposicionamiento publicitario como peón del tablero a la primera magistratura de la República, recurriendo a un expediente subliminal cuyo fin es manipular el subconsciente del electorado. La publicidad subliminal en algunos países del mundo es prohibida porque expone a que las personas sean manipuladas con mucha facilidad.
Dicho lo anterior, enfatizamos que la publicidad política particular de alguien utilizando al Congreso “moderno, transparente y cercano”, no solo dilapida recursos económicos millonarios estatales de manera indebida, sino que violenta principios morales; se burla desde ahora de los partidos políticos que participarán en las próximas elecciones, por la desigualdad publicitaria a que se someten y también, caricaturiza la inteligencia hondureña. Pone en cuestión el código de conducta ética del servidor público impulsada con el decreto No. 36-2007, que establece señalamientos muy claros para regular conductas y actitudes, como el artículo 6, numeral 2, que manda al funcionario público “observar en todo momento un comportamiento tal que, examinada su conducta por los ciudadanos, esta no pueda ser objeto de reproche”.
La tramposa publicidad política del actual presidente del Congreso Nacional, de “cuyo nombre no quiero acordarme” y que pone como mampara la “necesidad de informar al pueblo hondureño de los ‘avances’ del Congreso” está de viento en popa. ¡Albricias! ¡Nadie la detiene! Más bien recibe la ternura planchera de la “oposición”; también de los “comunicadores” sociales, forjadores macizos de opinión pública, así como de la picardía TREPidante del Tribunal Supremo Electoral (TSE).