Columnistas

Voracidad es una condición de ciertas personas o fenómenos naturales que implican la destrucción completa y rápida de bienes a su alcance.

Es voraz aquella persona que de manera insaciable engulle alimentos hasta el punto de sobrepasar su capacidad de digestión y dañar su salud, pero también puede ser voraz aquella otra persona que, frente a su enfermizo afán de hacerse de bienes, de riquezas o de poder, no repara en quebrantar leyes, atropellar congéneres, destruir honras y hasta destruir instituciones.

La voracidad es una condición, generalmente, inherente a depredadores humanos, animales salvajes o fenómenos tales como un incendio de pavorosas dimensiones.

Son voraces los tiburones que depredan en el fondo del mar, pero también las hienas que recorren las extensas praderas del África junto a las jaurías de perros salvajes que son capaces de doblegar desde un joven elefante hasta una feroz leona.

Voraces son los incendios de las amazonas o de las extensas estepas de California que arrasan en pocas horas con cientos de miles de hectáreas de bosques, llevándose también, sin lástima alguna, a su paso, miles de residencias de pueblos y caseríos.

Voraz también es un tsunami, cuyas furiosas olas arrasan viviendas costeras con una furia destructora incontrolable.

Desde hace muchos años nos preguntamos qué fenómeno humano o natural es el que con tanta voracidad ha venido minando los cimientos de la noble nación hondureña, al punto que entran y salen gobiernos de estandartes multicolores y muy encendidos discursos que embelesan a los ingenuos y entusiasman, hasta el éxtasis, a los partidarios obcecados, sin que, al final, el país experimente avances positivos en el proceso de desarrollo humano.

Cero avances en la calidad de la educación; nulas las esperanzas de obtener una atención completa y salvadora en nuestras instituciones hospitalarias; no por falta de capacidad profesional, sino por la mezquina política de gobierno tras gobierno de no dotar con suficientes recursos a nuestras instituciones de salud.

Agreguemos a todo ello, la falta de capacidad de autoridades para determinar necesidades reales y asignar recursos suficientes, sin soslayar la falta de voluntad para combatir de frente la miseria.

Con gran tristeza escuché la valiente disertación de un nuevo director de una institución nacional que es vital para la capacitación de nuestros jóvenes, advirtiendo que esa institución, por la voracidad de sus contratos colectivos y saqueo inmisericorde, estará al borde de su cierre definitivo dentro de escasos 36 meses; salvo que el congreso proceda a emitir una nueva ley que erradique las ventanas por donde se han colado todos los abusos que empleados y administradores (muchos protegidos por este gobierno) han cometido en muchas décadas.

Cuando reflexiono sobre la frase de aquel campesino de Intibucá que me preguntó “Licenciado: entonces, ¿por qué los que se han hartado este país siguen con hambre?”; solo puedo contestar: por voraces, compañero, por voraces.