Columnistas

Un plan pacífico

Hacia 1970 -época de enamorados con la gesta cubana- se dio un proceso intenso de revisión de la historia tradicional, entre cuyos temas cobró interés especial la independencia centroamericana. Que si real o había sido sólo conspiración de los criollos (españoles nacidos en América) para hacerse con el poder manejado por la “madre” España.

El peor evaluado entre los próceres fue José Cecilio del Valle, a quien se acusaba de manipular el acta certificadora del histórico hecho de libertad. De no ser por el estudio personal muchos seguiríamos creyendo tan ideológica falsedad.

Como atesto en mi libro “Valle, una ética contemporánea”, este fue más bien agente opuesto a la jugada histriónica de la oligarquía chapina.

El documento de esa conspiración, hallado en los archivos Aycinena, fue publicado en El Imparcial por el periodista Enrique Fernández en 1963, luego conocido como “Plan Pacífico”, que no es sino el guión exacto de cuanto debía acontecer el 15 de Septiembre de 1821, como se cumplió.

Fue elaborado por la popósfera hispano chapina, los Aycinena e intelectuales liberales como Pedro Molina, Mariano de Beltranena y Francisco Barrundia. Buscaba mantener un statu quo político “que garantizara los intereses de los grandes comerciantes de la capital”. Pero como añileros salvadoreños, mineros tegucigalpas y ganaderos nicas exigían cambios que acabaran el monopolio de los negociantes norteños, “estos solicitaron apoyo militar a Agustín de Iturbide ofreciéndole anexar el Reino de Guatemala a México, lo que hicieron tras la jura anti ibera”.

La sesión del 15 inició con 53 delegados civiles y eclesiásticos, pero al observar que sólo 25 apoyaban el grito de soberanía, los ilustres que espiaban desde las afueras, incluyendo a Bedoya Molina, empezaron con gritos “a presionar para declarar la secesión, lo que generó desorden y caos; la mayoría de delegados abandonó el salón”, informa Horacio Cabezas en “Independencia centroamericana. Gestión y ocaso del Plan Pacífico” (USAC, 2021). Permanecieron Gaínza, la Diputación Provincial y el Ayuntamiento, más Valle y Larreynaga. Son quienes decidieron la textura del Acta.

Valle, obsesionado por convocar a un congreso regional (que consiguió al día siguiente con Gaínza), supo que la aristocracia tenía dos años de reunirse para ingeniar separarse de España sin perder el poder. Planearon convocar a la magna sesión divisionista, controlar la agenda e incluso excitar al pueblo con marimba y cohetes...

Peor, al día siguiente en iglesias y edificios el primer Bando de Buen Gobierno de Gaínza anunció que quien se opusiera a la independencia sería ejecutado, vedando igual los corrillos públicos. Joven nacía la represión; debía ocultarse lo acontecido. San Salvador, Tegucigalpa, Granada y Heredia aprobaron el engaño, aunque pronto descubrieron que el Plan Pacífico lo que buscaba era entregar el otrora Reino de Guatemala a Iturbide, a fin de seguir monopolizando el comercio de la zona, en que fueron voraces y crueles (sólo ellos tenían autorización para exportar añil e importar bienes europeos: vino, telas, aceite y lozas).

Para que se vea como el capital jamás se sumará al sueño del pueblo que explota, sería su mortal contradicción.