Columnistas

¿Qué educación queremos?

En América Latina y en la mayoría de países pobres del mundo, la educación está marcada por la horrorosa huella del neoliberalismo. En Honduras, el abandono del Gobierno, más la corrupción en la última década, han arrinconado al sistema educativo y a los centros de enseñanza en una situación de crisis que no permite el avance de la acción pedagógica hacia niveles aceptables de calidad.

Son urgentes acciones revolucionarias en el campo de la educación, que a nuestro juicio exigen de los docentes y autoridades educativas una posición clara en cuanto a redefinir el rol y las características que debe tener la educación que queremos los hondureños.

Asumir el pensamiento de nuestro héroe Francisco Morazán, en cuanto a que “la sencilla educación popular es el alma de las naciones libres”, es una premisa básica para construir en los docentes y en los hondureños una conciencia que fundamente la acción educativa orientada por una opción preferencial por los más pobres.

De aquí saldrá fortalecida la construcción de políticas educativas que permitan una educación orientada por las esperanzas de justicia y bienestar que el pueblo hondureño tiene.

Es urgente también una relectura de la teoría pedagógica de Paulo Freire desde la perspectiva de la coyuntura actual. Ver la educación hondureña en una visión latinoamericana nos llevará a mirar cómo somos, para definir lo que podemos ser.

Hay que buscar un proyecto educativo posible que, con la participación de las comunidades, pueda orientar la promoción de hombres y mujeres comprometidos y activos en la reflexión y en la acción para construir una sociedad justa. Urge proyectar una educación pública desde la vida y para la vida, desde la libertad y para la libertad, desde la verdad y para la verdad, desde la justicia y para la justicia, desde la participación y para la participación, desde la democracia y para la democracia, que nos conduzca del egoísmo a la solidaridad.

El futuro está marcado por una apuesta consciente a lo colectivo, a lo igualitario, a la solidaridad, a la justa distribución de la riqueza por medio de la reciprocidad. La tremenda pobreza producida por los ajustes económicos neoliberales nos obliga a buscar, con la educación como arma y camino, un desarrollo capaz de recoger las lecciones de la historia y enriquecerlas con lo último del conocimiento humano, controlando y orientando el uso sostenible del entorno ecológico, de la ciencia y de la tecnología.

Nos toca construir un sistema educativo en el que se considere al alumno como hermano, como hijo, como ser humano garantía de desarrollo, de paz, de justicia, con una fortaleza axiológica nueva que supere la dañina concepción de valores nocivos individualistas, consumistas. Una escuela llena de esperanza para la patria, las aulas como espacio de lucha para desterrar la injusticia.

Una educación pública, formal y no formal, orientada por las necesidades y aspiraciones de la población, de los que más sufren. Una educación pública gratuita, liberadora, humana, promotora de valores nuevos, solidaria, democrática, revolucionaria, que provoque una ciudadanía creativa, comprometida, respetuosa de la humanidad y de los bienes comunes. Los maestros como el maestro, servidores de todos, como dice la Biblia