Después de una marcha interminable, cruzados por las líneas de bala viva, bombas, humo y golpes certeros, se atravesó el país recogiendo voluntades y conciencias durante doce años, con su bandera roja, pregonando el 'socialismo democrático'. Con la banda presidencial en su pecho, miró a la muchedumbre, con los brazos abiertos y caminó de frente por el centro de un pasadizo flanqueado por miles de almas que gritaban el regreso de la legalidad a Honduras.
Su discurso pletórico de buenas intenciones fue directo a la nación y sus primeras palabras fueron dirigidas a las mujeres: 'Estamos rompiendo cadenas y tradiciones', planteando que recibe una «tragedia» nacional y económica con datos 'reales y no maquillados». Lanzó su idea central de refundar un Estado socialista y democrático. Sin pausa y con una voz dolorosa dijo una cruenta frase radiográfica país: «Lo recibo en bancarrota'. Lapidaria fue en ese momento, y remató que, tras doce años de dictadura, cortará de raíz la corrupción que arrasó con todo lo que encontró en su paso de impunidad y despotismo.
«La catástrofe económica que recibo no tiene parangón en la historia del país y esto se refleja en un aumento del 700 % de la deuda y de la pobreza, que se elevó a 74 %», dijo la presidenta. «Somos el país más pobre de América Latina. Eso explica las caravanas de migrantes que huyen hacia el norte buscando una forma de subsistir sin importar el riesgo para sus vidas», decía mientras frente a ella la multitud escuchaba con el silencio del sufrimiento bestial de la verdad.
Detrás de ella, otro silencio, pero más de raciocinio y abrumador de sus invitados de la comunidad internacional que respaldaron su administración, con visita de personalidades políticas, entre ellos: la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris; el rey de España, Felipe VI; el canciller mexicano, Marcelo Ebrard; la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner y demás representantes de otras naciones del mundo.
Después de eso fue la gran celebración del pueblo, pero una alegría a medias, una fiesta amargada por la división interna de ambiciones y componendas oscuras del poder que sin vergüenza se dan patadas y puñetazos por el pastel y la cereza de un Congreso Nacional ya despedazado por los tránsfugas que dejaron un parlamento inundado de leyes espurias y criminales.
Esto al final fue el mal sabor de boca que arrastra esta ceremonia frente al mundo, Honduras con Congreso dividido. Ahora es el turno de gobernar, ya sin discurso y menos emoción, sino con sabiduría y honestidad, porque Honduras ya es el segundo país más pobre del continente, después de Haití. Estamos en al abismo de un país saqueado económicamente y cooptado por el narcotráfico, con el 74 % de la población en la pobreza y un 53 % en la pobreza extrema, como fatídica herencia que deja Juan Orlando Hernández, tras una estremecida gestión de ocho años señalada por su ilegal reelección y el encarcelamiento de su hermano, condenado a cadena perpetua por inundar de cocaína a Estados Unidos.
Atrás quedaron los golpes de Estado, los madrugones, los sablazos esgrimidos contra el Ejecutivo, pero la amenaza latente de la ingobernanza vía legislativa se mantiene, pese a que la democracia dio un paso firme y las pijamas quedaron en oferta, porque ya nadie quiere verlas.
Más allá de los augurios de las aves de la carroña y los fraudes, Xiomara Castro ha tomado posesión como presidenta de Honduras para los próximos cuatro años, en un acto solemne y multitudinario en los tendidos populares del Estadio Nacional.