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Oportunidad y responsabilidad de la izquierda

Nunca en la historia de América Latina ha habido tantos gobiernos de izquierda. Con la victoria de Gustavo Petro en Colombia el pasado 19 de junio ya suman diez países, con el potencial de llegar a 11 para finales de 2022 con la victoria de Lula da Silva en Brasil.

Únicamente quedarán cuatro países de derecha (Ecuador, Guatemala, Paraguay y Uruguay) y un mismo número de centro (Costa Rica, El Salvador, Panamá y República Dominicana).

Los gobiernos de derecha han caído víctima del covid-19, su mal manejo evidenciado en cientos de miles de muertes, deplorables actos de corrupción, el aumento desmedido de la pobreza y la desigualdad, junto con un ferviente hartazgo con una élite capitalista extractiva que ha dominado por años, ha producido un masivo voto latinoamericano de castigo.

La nueva ola de gobiernos de izquierda promete una distribución más equitativa de la riqueza, más derechos humanos y redes de seguridad social ampliadas. Pero los nuevos líderes de la región se enfrentan a graves limitaciones económicas, una oposición legislativa de la derecha y de grupos conservadores que no comulgan con la agenda progresista que vulnera sus valores de familia.

Tampoco se debe olvidar una población impaciente por verdaderos cambios que se ha mostrado dispuesta a castigar a quien no cumpla lo prometido.Aún está por verse el experimento de esta nueva ola de gobiernos de izquierda en América Latina.

Pero, así como el liberalismo del siglo 19 se fue permeando como parte de sus gritos de independencia y el modelo neoliberal se filtró en los ochenta acompañada por la democratización, los grandes cambios que la izquierda promete dejarán un efecto en la región.

Pero a diferencia de la reforma liberal y el Consenso de Washington, que fueron recetas importadas de Europa y Estados Unidos, la gran reforma igualitaria que busca impulsar los gobiernos de izquierda aún carece de un referente teórico solido más allá de la Escuela de Frankfurt; un posmarxismo que reconoce que no puede vencer al capitalismo en la competencia por crear riqueza, entonces ya no se preocupa por la lucha de clases, sino por una lucha cultural para debilitarlo.

Para ello utiliza estandartes como el feminismo, la ideología de género y la política identitaria, planteamientos que en países conservadores con fuerte influencias religiosas y patriarcales, produce fuertes rechazos.

Parafraseando al escritor argentino Diego Fonseca, los nuevos gobiernos de izquierda tienen una gran oportunidad: demostrar que el progresismo puede administrar bien, incluir y desarrollar; que derechos sociales no se contradicen con crecimiento económico.

La nueva izquierda tiene la responsabilidad histórica de ser una verdadera alternativa de gobierno que produzca prosperidad y no solamente una opción electoral. Apúrense porque queremos soluciones urgentes y tenemos poca paciencia.