Dos son los regalos principales de estos últimos días poco jehovanos: “Historia de la navegación en Honduras” por Alex García Arias, y, “Pablo Zelaya Sierra. El pozo y la ventana regeneracionista de Honduras”, de Rolando Sierra Fonseca. Sobre el primero se dirán ahora escasas palabras pues su contenido es tan denso que merece un próximo artículo particular.
En torno a la obra del maestro Sierra Fonseca debe destacarse que se instala a la altura de previos y escasos análisis de calidad, como los de Leticia de Oyuela, siendo el suyo un esmerado estudio socio-antropológico sobre el líder de la moderna pintura nacional. Las sociedades de época, su entorno político y de cultura, como su visión de Honduras, del arte y el mundo hacen de Zelaya Sierra (1896-1933) padre fundador no sólo de una práctica pictórica, obvio, sino del concepto de que el trabajo estético compendia fines sociales y humanistas más allá de lo subjetivo, lo comercial y la banalidad, con lo que rompe y funda para Centroamérica un cartabón o canon en que, más que halagar los juicios del espectador, desde lo artístico se lo forma y educa como ciudadano.
El texto de García Arias es encantador, con atractivos desarrollos didácticos. Desde cómo navegaban los antepasados prehispánicos y la búsqueda de posibles rutas interoceánicas en el s. XVI son parte de su rico índice. Para luego detallar la historia de piratas y corsarios en la gobernación de Honduras (1558), la condición de los puertos Trujillo y Caballos hacia 1642; la apertura de Amapala, San Lorenzo, La Ceiba y Tela desde el siglo XIX, hasta el surgimiento de la marina mercante local y su drástico cambio de control y administración de mares. De pronto surge igual la maravillosa poesía con “Las razones y otros poemas” del maestro (aedo, vate, lirida, bardo) Tulio Galeas, en limpia copia realizada por Frances Simán sobre la base de la primera edición (1970) impresa por Escuela Superior del Profesorado. El grupo La Voz Convocada, a que pertenecía, destacó sin petulancias en un espacio estético que ansiaba originales baritonías, nuevas propuestas capaces de roturar los sofocados timbres poéticos de inicios de siglo, agotado su rigor y que por lo mismo debía renovarse. Galeas fue uno de sus innovadores. “Desde el silencio vine. / Yo traía / un sol, un cielo joven / un extraño sabor de bosque que crecía / de tierra que germina / un sonido de mares enterrados”... (“Las razones”). Concluimos con un proyecto modelo, cual es la memoria devota con que Carlos Amaya, digno descendiente de Ramón Amaya Amador, honra a su padre rescatando la serie narrativa “Morazaneida”, cinco novelas del destacado maestro: “Rebeldes de la villa de San Miguel”, “El sombrero de junco”, “La paz y la sangre”, “Sombras en la montaña” y “La última orden”, que revelan amorosamente la odisea del héroe desde sus primas aventuras por Tegucigalpa y Morocelí, su juventud, incluyendo conocer a una muchacha llamada María Josefa Úrsula Francisca de la Santísima Trinidad Lastiri, luego su esposa, la intelectual vivencia junto a su ilustre tío Dionisio de Herrera, poseedor de una de las más amplias bibliotecas en el istmo, hasta su carrera política, gesta militar y holocausto. Honor a nuestra robusta literatura.