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El éxito de Teófimo López como boxeador, que le ha permitido ser campeón mundial en su categoría, es solo una muestra más del fracaso de Honduras como país. Hay mucho que celebrar sí, pero bastante que lamentar. Estoy completamente seguro de que si su formación hubiera sido en Honduras no estaríamos hablando de un campeón del mundo. Tal vez de un decente boxeador, un tenaz deportista, pero no uno de alta competencia.

Es posible, incluso, que el pugilista honduroestadounidense no sea el boxeador más talentoso que hayamos tenido alguna vez. Quizá han nacido decenas o centenas con más condiciones o por lo menos similares a él, pero sin ningún tipo de oportunidad.

Y este hecho se puede trasladar a todos los deportes y de eso hay muchos ejemplos. Hondureños o hijos de hondureños que se han formado en el extranjero y aprovechan las oportunidades que el desarrollo les ofrece.

También se puede extrapolar a la literatura, la música, el teatro, la arquitectura, la medicina, el derecho, la filología y todas las disciplinas y áreas del conocimiento. El campeonato mundial de Teófimo nos ha desnudado, ha clarificado el potencial que como población tenemos. Es inevitable pensar cuántos hondureños se han perdido en medio de la nada solo porque carecen de una verdadera formación. De una decente al menos.

No estoy, con estas palabras, dándole excusas a la mediocridad, pero bastará con ir a revisar contar cuántas medallas de oro ha ganado Honduras en los Juegos Panamericanos y ni hablar de los Juegos Olímpicos. Si ya en los Juegos Centroamericanos y de Caribe nos cuesta. Cuántos premios Cervantes tenemos o cuántas veces hemos ido por un Cannes. Y nada de esto tiene que ver con la genética, sino con el entorno que le permite a una persona desarrollar unas capacidades que lo lleven a destacar en un plano global. Por esa razón cuando un compatriota consigue algo importante hay que darle todo el mérito.

No se puede llegar a ser el mejor si no se está rodeado de los mejores. Siempre los “genios” se conocen entre sí, siempre forman una especie de círculo, una especie de comunidad. Porque es de esa manera en la que se comparten y potencian las habilidades.

Es un acto de inhumanidad que una persona tenga sueños y no pueda cumplirlos. Y aún peor, que no tenga sueños solo porque no saben que existen. Así como les pasa a miles de niños y jóvenes en Honduras, que ni siquiera tienen una meta clara. Navegamos en una profunda mediocridad en todas las áreas del saber, en los deportes, en las artes.

Más que el puro orgullo de levantar la bandera un día y decir: “¡Viva Honduras!” tras el logro de un compatriota lo que se debe buscar es que todos los hondureños podamos, primero, soñar en grande y, segundo, lograr esos sueños, así como lo que se han formado o terminado de formar en el extranjero lo han logrado. Se trata al final de cuentas de que todos seamos felices y nos realicemos como personas.

Los países, igual que las personas, se reconocen por sus frutos, por sus grandes personajes. Aunque también, y quizá de manera más definitiva, por los ciudadanos comunes. Esos son los que determinan la victoria o la derrota de un Estado. Por último, quiero hacer una analogía con el boxeo: la pelea como Estado la estamos perdiendo, estamos a nada de irnos a la lona, es imposible que ganemos por decisión de los jueces y estamos a nada del nocaut.