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No es juego, no es broma

Quienes afirman que nada será igual después de estos días que estamos viviendo, no exageran. Ya en el pasado, eventos internacionales y de impacto similar favorecieron profundos cambios en las relaciones entre países, al interior de las sociedades y en la forma en que interactúan las personas. Dependiendo del campo de acción y conocimiento de quien haga el análisis, la preocupación puede fluctuar entre la situación de las economías, la calidad de las democracias, cómo se hacen los negocios, de qué manera se intercambia o se da a conocer la información, qué motiva las decisiones de políticas públicas, en dónde se enfoca la mirada cuando se determina aquello que es o no importante, necesario y esencial para la existencia de sectores, grupos o individuos.

Desde el 11 de septiembre de 2001, cuando los Estados Unidos enfrentaron un severo ataque terrorista en su territorio, no se recuerda recientemente otro suceso que provocara incertidumbre similar. A inicios de 2020, una acción militar norteamericana en Irak en contra de un alto funcionario militar iraní encendió alarmas en los medios de comunicación por el tono incendiario utilizado por las autoridades de Estados Unidos y la república islámica. El despliegue de poder demostrado en esa acción unilateral tuvo un efecto mediático nunca visto, debido al alcance que hoy tienen las pistas informáticas de alta velocidad que sirven de canal a la difusión de noticias. Se desataron todas las predicciones y pronósticos posibles sobre la “inminencia de una tercera guerra mundial”, acompañadas de convenientes lecturas e interpretaciones de los antiquísimos profetas bíblicos, de videntes medievales como Nostradamus, de los mensajes más modernos de la virgen de Fátima, sin faltar la de los novísimos adivinos y fanáticos religiosos que hoy invaden como plagas las redes sociales (Facebook, Twitter y WhatsApp, por citar algunos).

En pocas semanas, hemos sido testigos de la variada gama de comportamientos que la especie humana puede mostrar ante situaciones que sobrepasan su entendimiento y disparan su instinto de supervivencia. Sin importar la nacionalidad o ubicación en el globo terráqueo, la actitud sobre los posibles efectos de ese virus “venido del lejano Oriente” pasó de la curiosidad y la broma a la incredulidad y negación, tomándoselos muchos a la ligera y otros muy en serio -como deber ser cuando se trata de preservar vidas humanas. Gracias a la velocidad con que hoy se conocen las noticias de otras latitudes, la discusión sobre el posible origen del SARS-CoV2 superó pronto lo anecdótico para volverse un tema de la más alta prioridad científica: saber cómo se adquiría y cómo se propagaba el virus era vital pues su letalidad resultó evidente desde muy temprano.