Columnistas

Morazán muere

Inicia la mañana, lo capturan y sabe de inmediato que se cunde el campo con enemigos y traiciones. Su ojo táctico, que es autodidacta, ve que al destino sólo puede revertirlo el azar, no la magia bélica. Depende de que Cabañas entienda que los costarricenses lo engañaron y enrumbaron a Puntarenas en vez de Cartago, donde está preso; que Saget esté sobrio y acuda con tropas de rescate; que Pedro Mayorga, celoso por la amistad que guarda desde hace un lustro con su cónyuge Ana Cleto, se arrepienta de haberlo vendido y lo libere. Todo luce consumado, las preces de María Josefa, encerrada en una capilla en San José, no lo salvan pero lo invisten con doble capa de amor.

Es 1842, año cuando los ticos quedan atrapados, para la historia, en una espesa red de perfidia con que los centroamericanos les achacan, por casi dos siglos, haber sido desleales por fusilar a Francisco Morazán sin juicio y tras prometerle la vida. Innegable, cierto, aunque el honesto análisis, que evita etiquetar, ayuda a comprender más de lo que se sospecha o desconoce.

Los historiadores describen el jolgorio que hubo cuando Morazán derrumba al orate dictador Braulio Carrillo y la asamblea lo nombra Benemérito de la Patria. Poco después, empero, los bullicios de la tropa centroamericana en la provinciana urbe --canciones, alcohólicos piropos y juegos de azar-- escandalizan a la púdica San José. Primera protesta. Luego el paladín ratifica la sentencia ejecutoria del varonil coronel Manuel Ángel Molina --guapo y comprometido con la bella Josefita Elizondo, que lo burla con cierto edecán previo al desposorio, cosa que origina un zipizape trágico rompedor de la Ordenanza militar. Toda una telenovela antes de que existieran.

Ocurren entonces errores políticos. Morazán convence a la asamblea que le autorice emprender la reconstrucción de la Federación y decreta para ello contribuciones forzosas que apertrechen al ejército, lo que es mal visto. Los ticos son orgullosos pero tacaños, cuando la Colonia no hubo indios que explotar y cada quien aprendió a laborar la tierra, lo que configura psicologías de propietario y culturas de ahorro. Y de allí que empujarlos a una aventura en el resto del istmo es patada al pecho. “A los barcos ¡no!” gritan repudiando las naves que llevan a pelear en Centroamérica.

El clero fragua mentiras: que los liberales roban las limosnas, mientras exalta el racismo: odioso que gobiernen Costa Rica chusmas de tono oscuro. El 12 de septiembre mil ticos disparan contra el cuartel general del jefe de Estado, quien por ochenta horas resiste con su guardia salvadoreña de honor. Luego todo concluye cuando el pequeño y valeroso Cabañas rompe el cerco y escapan derrotados. Esta tensión maravillosa puede sentirse cuando se ve en Youtube “Ese mortal llamado Morazán” (2021), musicalizado por Guillermo Ánderson.

El 15 atardeció nublado, con cinco mil josefinos que asisten a presenciar la muerte del héroe. “Los próceres disponían de discursos de despedida” sentenció Ramón Oquelí en algún junio olvidado, y Morazán pronunció el suyo en la letra del Testamento, que es legado de ética y honor imperecible, y que Jacobo Cárcamo elogia en el poema Bolívar de los Pobres: “Napoleón de los tristes (...) te saludamos, / te revivimos”.