Afuera de las universidades, en las cercanías del centro de la ciudad, en las orillas de los bulevares, en los mercados, yo visitaba una en la que el señor además vendía plantas y remedios caseros, ¿dónde más usted ha visto puestos de venta de libros usados? “Puestos” y no “tiendas” nos dice la convención, porque no se entra, quien anda cazando libros, simplemente se acerca, a veces se agacha y contempla las portadas, hojea uno que otro y quizá, si el libro lo sedujo, pregunta el precio. Lo negocia y casi siempre que preguntó cierra el trato.
Estos puestos no tienen publicidad, sobreviven por su exposición a los transeúntes (si llueve no hay venta) y por el “boca a boca” de los lectores más febriles, que mapeamos cada sitio en el que se puede encontrar una lectura como quien mapea las últimas raciones de alimento en un apocalipsis cósmico.
Así obtuve yo mis primeros libros, digo, los primeros que compré con mi propio dinero. Entre ellos recuerdo una versión muy desgastada del “Lazarillo de Tormes”, me costó por mucho treinta lempiras. Desde entonces no he parado de visitar estos sitios.
Hay autores, sobre todo hondureños, cuya obra solo se encuentra en estas librerías disfrazadas de agachones literarios (me gusta la palabra “agachón”, tan simpática y hondureña), tal vez porque solamente hubo una edición de sus libros. Sucede lo mismo, quizá en menor medida, con autores internacionales. No se va a buscar allí “lo del momento”, aunque en literatura “lo del momento” puede ser una autora de hace cuarenta años. Yo encuentro cierta belleza en la desactualización, no cabía de emoción cuando encontré la “Gramática de la lengua española” de 1931.
Lo otro lindo que sucede con los libros usados es que sus anteriores dueños a veces dejan huellas: un subrayado, una anotación al margen y hasta una manchita de café. Tiene que ser café, si es de otro tipo de alimento es quizá menos poético. En la gramática que antes mencioné, encontré una hoja oxidada ya por el tiempo, con apuntes en letra cursiva de una clase de Español.
Estas librerías cumplen una función importante, incluso para los procesos creativos, no hay manera de ser escritor (artista en general) sin antes haberse alimentado de buena literatura. Leer es un pasatiempo que puede llegar a ser costoso si no se creció o se vive en una casa que tenga ya un buen número de libros acumulados o si acaso no quedara una biblioteca accesible. También cumplen la función de darle una nueva oportunidad a los libros. Piense en que quizá haya un libro que lleva unos 20 años sin ser abierto para ser leído, este de alguna manera ha perdido su función esencial.
Para las personas que se dedican a vender libros usados, es su manera de subsistir, pero también es una manera de mantener viva la cultura literaria, en este caso, de Honduras. Por supuesto sucede así en todos los lugares del mundo.
Sin embargo, en los libros usados no todo se trata de ventas callejeras, también estamos hablando de dádivas y herencias. Si usted tiene una biblioteca, no importa si es una pequeña o una considerable, ¿cuál es su plan para sus libros? Quizá tenga en sus manos una segunda oportunidad para algunos de esos textos y, lo más importante, para una persona, quizá un joven o una joven con aspiraciones a la creación literaria, que claro que necesitará buenas lecturas. O puede ser benefactor de alguien que simplemente disfrute leer.