Columnistas

La infancia que perdimos

Este no solo ha sido un año funesto para la legalidad política, ni benévolo para la corrupción, ni luminoso para el nepotismo, ni tan generoso como la entrega del poder de una banda de narcotraficantes a una esperanza en la que ya no creemos. Este año ha sido una tragedia para la infancia: 483 niños y jóvenes han sido asesinados en Honduras en lo que va de este año 2022.

Una brutal estadística de la Red Coordinadora de Instituciones Privadas Pro las Niñas, Niños, Adolescentes, Jóvenes y sus Derechos (Coiproden) arrojó un informe gráfico, con datos que paralizan la conciencia nacional, salvo la de los políticos que siguen jugando a ser párvulos con sus discursos infantiles.

Esta semana, mientras se hacían las misas negras para bendecir los nuevos magistrados, la sangre corría por los cuerpos indefensos de menores que oscilan en edades de 10 y 14 años, que provocaron el repudio en el país que exige a los mandos policiales respuestas ante la ola de criminalidad e impunidad que arropa las mismas autoridades, quienes con su inoperancia rebasan los límites de la tolerancia y el silencio que los señala y los condena. De las muchas formas de barbarie que puede sufrir una sociedad, matar a nuestros niños es la peor.

Es la brutalidad final, porque ellos, desde que vienen a este mundo están a la sombra de la inseguridad, solo al nacer en un hospital público, en escombros por el saqueo que los mantiene en crisis permanente por culpa de la corrupción y la falta de capacidad de los líderes políticos para impulsar una reforma de salud integral; educarlos con principios de moralidad bajo el respeto y la claridad de una educación decorosa en comunidades donde haya seguridad y respeto de las autoridades, no que huyan a otros países para sobrevivir, porque muchas veces le temen al Estado que los criminaliza y los escoge para convertirlos en víctimas de una invalidez abrumadora y opresora en este país, donde un promedio de 48 menores son asesinados cada mes.

Ya sabemos que la “culpa” caerá sobre la desintegración familiar, el crimen organizado, las maras y pandillas, las drogas, el internet y un largo etcétera que se traga el olvido, porque nadie culpa directamente a la pasividad escandalosa de los gobiernos, que no mueven un dedo para poner orden en las calles y proteger la vida de sus ciudadanos (pequeños y grandes). Estos hechos el mundo los observa como un canibalismo en la oscuridad de actos criminales, ya que hasta la Coordinadora Residente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Honduras, Alice H. Shackelford, expresó su horror por las constantes muertes atroces de niños en el país.

La representante de la ONU se confesó “triste y horrorizada” por las víctimas infantiles, desprotegidas y frágiles. “Sumamente triste y horrorizada por las múltiples muertes de niñas y niños en el país. La niñez debe poder desarrollarse en ambientes seguros y de paz. Mi solidaridad con sus familias. Me uno a los llamados a justicia pronta y cero impunidades para estos terribles crímenes”, escribió. Shackelford externó: “No más violencia.

Levantamos nuestras voces en contra de la violencia. Construyamos paz y seguridad para la niñez y para Honduras”. Pero ya mañana será otro día, otro amanecer, otra oportunidad para que el Gobierno disimule la inoperancia para combatir el crimen, para darnos seguridad. Ya mañana habrá un discurso bonito, un par de diputados se irán a los insultos, los líderes moverán sus piezas para la nueva Corte, la televisión reportará otro acto de corrupción, vendrá el mundial, Messi anotará otros goles, Cristiano se hará el héroe y la vida continuará frente a la televisión viendo la novela de un país violento, donde su futuro nace y crece en las calles, pero muere en las manos de promesas de la infancia que perdimos.