Aunque no supiéramos quién era ni lo hayamos conocido nunca, nos ha conmovido sobremanera la noticia del joven papá hondureño que habría muerto ahogado con su pequeño hijo cuando intentaba cruzar el temido río fronterizo entre México y Estados Unidos. Cuántas vidas que se pierden en la paradoja inquietante de buscar mejor suerte.
Los asaltos feroces, las violaciones insuperables, las muertes recurrentes, pueblan las noticias habituales de los inmigrantes, especialmente en esta época se hacen notar, quizás coincidiendo con las caravanas de desesperados, que buscan en grupo la fuerza, el arrojo, el atrevimiento y la seguridad, para recorrer más de cuatro mil kilómetros, ensombrecidos por indecibles peligros.
Las estadísticas desoladoras, crecientes, alarmantes, las publicaron alguna vez en la revista Commonwealth: el 80% de los inmigrantes enfrentará algún tipo de robo, asalto; y, escalofriante, el 60% de las mujeres sufrirá violación. Después de eso, parece poco lo otro: intimidación, amenazas, extorsión, detención ilegal, destrucción de documentos.
Y, si la suerte, por llamarla de algún modo, les libra el camino de los despiadados funcionarios, de los acechantes pandilleros, de los mortales raíles del tren que llaman “La Bestia”, y logran llegar hasta ese río, que para los mexicanos se llama Bravo, y para los gringos Grande, solo están a medio camino entre la vida y la muerte.
Y Donald Trump enseña los dientes, anuncia que mandará más militares a la frontera y armados, bueno, siempre han estado armados y amenazantes. También atacan con armas grupos civiles, como los llamados “Patriotas Constitucionales”, que ilegalmente capturan y extorsionan a los inmigrantes dentro de Estados Unidos.
El presidente estadounidense insiste en la construcción del muro fronterizo; también lo intentaron los chinos hace veintiocho siglos, con su Gran Muralla, para protegerse de las invasiones mongolas, no sirvió de mucho. Tampoco aguantó tanto la fortificación de Constantinopla ante el asedio del imperio bizantino. Los romanos que ocuparon Inglaterra construyeron el muro de Adriano para evitar a los bárbaros; ejemplos sobran.
La fuerza que mueve a los inmigrantes es más poderosa que los aciagos peligros, lo ha sido siempre: la búsqueda de una mejor condición de vida. Cada pueblo tiene sus propios espantos para irse: guerra, represión, hambruna, injusticia, catástrofes; el nuestro, desde hace décadas, tiene sus monstruos en la pobreza, inseguridad, desigualdad.
No podrán detener la emigración con muros, patrullas fronterizas, amenazas y vejaciones; como dice la expresión coloquial, será como ponerle puertas al campo, imposible poner límite, si no tiene. Será más barato y sensato atacar el origen de la migración, esa miseria y ese miedo que hacen escapar a la gente. Para nuestro pesar, otros tres hondureños murieron esta semana en la mortal travesía.