Columnistas

Es aspiración legítima: el periodismo debe ofrecer sí, y solo sí, información completa y veraz, sin espacio a la distorsión de la opinión pública con información engañosa, a conveniencia del emisor.

Son inaceptables las mentiras y las medias mentiras en cualquier actividad, más en la de quienes eligen ser heraldos de la verdad en una sociedad atrapada por la apariencia y la ignorancia.

Algún día no habrá analfabetos funcionales, todos sabremos leer y escribir y discerniremos qué creer. Por ahora, la formación de la opinión pública es otro acto de fe, nuestras creencias pasan casi sometidas a lo que oímos y vemos en los medios de comunicación. Por eso es que este gremio es tan precioso para nuestra cotidianidad y para nuestra institucionalidad.

Cuando gobernantes se han empeñado en cooptar periodistas como alfiles para sus objetivos personales, lejos de fortalecer su imagen, lo que han logrado es el debilitamiento de la democracia, la exacerbación de la corrupción y la impunidad y difusión de la desesperanza. Si tan solo fuera la verdad lo que emiten todos los periodistas.

Debieran aceptar honores, únicamente de su gremio o de reconocidas organizaciones y personas independientes del poder político. Aceptar distinciones del poder establecido inevitablemente sugiere quedar a merced de los intereses particulares, no siempre claros, de quienes les distinguen.

La sociedad civil organizada, como los periodistas, deben acrisolar su autonomía de los poderes -legales, ilegítimos o fácticos- para cumplir su rol de abanderados de la dignidad nacional. Un periodista que ha vendido su conciencia para acrecer virtudes ficticias en los gobernantes o para destruir honras a quienes nos negamos a ser sus comparsas, no es menos dañino a la sociedad que el peor de los narcos.

De aquí la ratificación permanente de nuestro reconocimiento a la integridad de la periodista Sandra Maribel Sánchez, quien coherente con sus altos valores, declinó premios estatales. Honor a quien honor merece.