A un año de ser convocado el pueblo hondureño a elecciones se han iniciado las encuestas. El sorprender a incautos no siempre tuvo el resultado buscado, el favorecer al supuesto preferido de las masas. Pudo servir de acicate a los desfavorecidos para intensificar el trabajo y ajustar estrategias y alzarse con el triunfo en contra de todos los pronósticos. Fue quedando demostrado que las encuestas como medio propagandístico no alcanzan el objetivo.
A las encuestas hay que darles el valor exacto: ni un poco más ni un poco menos. Y por supuesto asegurarse antes de otorgarles ese valor exacto, que son auténticas, que no han sido inducidas ni sus resultados sesgados.
De una encuesta lo que se espera, debe exigirse, es la realidad. Que sirvan como orientadoras de la estrategia y tácticas que han de implementarse en busca de a victoria. Lo que no es positivo hacer en base a suposiciones o datos falsos que al final podrían pasar la cuenta, muy onerosa y adversa.
Si un suspirante por el poder parece estar siendo favorecido, debe, con mayor razón, auscultar si ello tiene lógica, que no necesariamente es la de un autoconvencimiento de ser el mejor, porque podría ser o no ser. Pero no hay que ser el mejor para ganar. Aunque los ciudadanos debiéramos tener parámetros claros para saber quién nos conviene. Alguien honrado pero capaz. Y humilde. Humilde para reconocerse sus debilidades y buscar superarlas que no es atacando las de los contrincantes. Si no se es simpático, pues encontrar la forma de reinventarse. Se lo escribo a Luis para que lo lea Luis.
Tratar de captar un poco del encanto personal de la cónyuge, a quien la recibimos con alegría y valorando doblemente su incursión en política y su escogencia de nuestro Partido Liberal, siendo ella misma de noble cuna nacionalista. Voto que vale. Aquí el único antipático que ganó y querido por quienes lo seguimos fue el presidente Flores. Así que en las encuestas solo hay que confiar un poquito y que sirvan para mejorarnos.