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Contra la tropelía de los precios

Depende del carro, ahora 500 lempiras de gasolina por poco llegan a la mitad del tanque. Se notan, pues, los casi 20 lempiras que el gobierno rebajó al precio; donde no se nota nada es en el supermercado, el mercadito o la pulpería; todo lo que subió con el son de los combustibles, allá se quedó.

Como los hondureños son infatigables comedores de huevos -el desayuno, la cena, la burrita, la baleada con todo- es donde percibieron de inmediato el encarecimiento del costo de la vida, y con ellos los frijoles, el maíz, la leche, queso, carnes y las imprescindibles tortillas.

Un caprichito: con lo falso de que la margarina estaba a una molécula de ser plástico -deriva de aceites vegetales y el otro del petróleo-, muchos cambiaron a mantequilla importada, que costaba 43 lempiras la tarrina; entre impuestos del gobierno anterior e inflación llegó a 127; así, algunos olvidaron las grasas trans y su colesterol y volvieron a la tradicional barra amarilla.

Desde luego, el golpe se siente más fuerte donde siempre, entre la gente de rentas bajas, de sueldos míseros, de ingresos limitados, que están a solo una grada de bajar su condición de pobres a extremadamente pobres, y caen de súbito de un mes a otro, sin posibilidad de subir.

Y el mercado es tan sin rostro y anónimo, particularmente en un capitalismo sórdido y voraz, que es difícil señalar específicamente a alguien como responsable de los abusos y excesos, entonces, se habla de un sistema que, sin control, explota, margina, empobrece a la mayoría.

Tratando de encontrar respuestas a esos desajustes particulares de los precios, el Congreso Nacional aprobó la elaboración de un estudio, para identificar los insoportables costos de los productos de la canasta básica, ver si se cumple aquello de que todo lo que sube, baja.

Los congresistas quieren saber si los precios son justos o no -los ciudadanos dirán que por supuesto que no-, y con esa información decidirán si es necesario fijar costos, evitar alzas injustificadas y detener las habituales especulaciones de desabastecimiento.

Bastante se habló de esto en otros años de crisis, y no es secreto que las alzas de precios nunca benefician a los pequeños productores, cuyos repollos, zanahorias, tomates, lácteos o carnes llegan a los mercados a costos prohibitivos y solo enriquecen a huestes de intermediarios.

Así que podría ser el principio de un profundo y provechoso análisis, que considere las inversiones, la producción y la distribución de los beneficios, que ayude a borrar ese maldito esquema de desigualdad, promotor de la inseguridad, la injusticia y el subdesarrollo.

Sabemos que el comercio nacional se moviliza en vehículos, y el aumento de los precios del petróleo dispara automáticamente nuestros costos, pero no funciona al revés; falta ese mecanismo de control, que lo aplican hasta países capitalistas, aunque sea para su propia sobrevivencia