Columnistas

Consensos y tensiones

El inicio de año es buen momento para tratar de comprender la situación hondureña desde otro ángulo, otras ópticas más allá de las tradicionales. Y un interesante enfoque del asunto surge cuando se procura entender las fuerzas en consenso o confrontación, lo que permite ver al mundo o al ambiente local con diferente color.

Ejemplo, el caso de la violencia social en Honduras, que todos creemos asola al entero país, cuando en verdad el espacio más álgido del crimen ocurre en la faja central que comprende desde el departamento de Francisco Morazán a Cortés y Atlántida.

Las estadísticas informan que es allí, distinto de occidente y oriente, donde se da mayor número de faltas.

¿Por qué? Bueno, para eso son estas observaciones, para aventurar que el rango humano más inclinado a la violencia es el ladino (mestizo), no el indígena descendente (Intibucá, Mosquitia, ejemplo), siendo el primero a quien debería saturarse con campañas de profilaxis y prevención del delito.

O en religión, el caso del fundamentalismo evangelista, aliado del régimen y que concentra su mensaje intensamente alienante en los medios de comunicación verbal. De diez emisoras urbanas de radio cuatro pertenecen a tales sectas o, como en Copán, tres de cada cinco.

Por rendición pública y exigencia moral la autoridad está obligada a investigar y revelar los movimientos financieros y los montos económicos atingentes a dichas iglesias, que reciben sin registro fiscal, así como el destino de los mismos ya que su obra no puede más ser considerada de beneficio comunitario sino personal, aparte de que solicitar dinero por una esperanza o una ilusión que no es entregada en esta vida asciende a las categorías de fraude y estafa.

Cual cúspide de tal deterioro, en la Cancillería de este Estado constitucionalmente laico cada día laboral se inicia con un mitin de rezo y adoración —entidad esa de relaciones mundiales donde por cierto nadie habla inglés.

La Iglesia Católica ha sido inteligente y dejado ya de ser cómplice del sistema. El pentecostalismo, en cambio, es agresión a la nacionalidad pues intenta cambiarnos el sustento ético del héroe patrio (Lempira, Morazán Valle, Cabañas) por un folclore imaginario de pueblos semitas con que guardamos ninguna relación histórica sino impuesta e ideológica, pues es la fe del conquistador.

A ello se opone lo que nominaremos la “Honduras profunda”, caracterizada por haber sobrevivido, a lo largo de siglos, a base de resistencia e identidad. Para conseguir claridad política los teorizadores estamos comprometidos a trabajar devotamente sobre este tema.

En lo intelectual el panorama es preciso: desde que se impuso el neoliberalismo la cultura hondureña es financiada en casi totalidad por los artistas mismos, no por el Estado o instituciones solidarias.

En lo político es innegable que ocurren y se incrementan rupturas diversas entre gobierno y sociedad, aunque todavía no se da una fractura trascendente.

Por el grado de tensión o estiramiento de las relaciones (incluso hoy con el empresariado) se supone que la habrá, excepto que se desconoce cuándo o por qué nueva motivación. Analistas y comentaristas como nosotros hemos especulado al respecto y fallado en todas
las predicciones.