El veinticuatro de diciembre pasado, algunos de mis amigos se sorprendieron con el obsequio que les adjunté a la felicitación de Navidad. El mensaje era algo así: “Te regalo el hábito diario de hacer quince minutos de oración”.
Se trata de un presente intangible, difícil de medir su impacto a corto plazo. Sin embargo, tengo la suerte de estar en medio de personas que me ayudaron a conseguirlo desde hace algunos años. Es uno de los hábitos que cambió mi vida por completo.
Dice el dicho popular “el que anda entre lobos a aullar aprende”. En este caso, dando la vuelta al razonamiento, se puede decir: el que se mueve entre personas buenas y virtuosas aprende poco a poco también a serlo. Casi por ósmosis nos impregnamos de sus buenos ejemplos y virtudes casi sin darnos cuenta.
Reflexioné sobre este tema cuando me sumé a una comunidad virtual de lectores. Yo pensaba que tenía adquirido el hábito diario de la lectura, sin embargo, en varias ocasiones me llené de cierta vergüenza al ver los comentarios de mis compañeros de grupo; descubrir a un empresario, con muchas ocupaciones, sacar tiempo para terminar de leer un determinado libro y al mismo tiempo, constatar la profundidad de sus comentarios, me hizo esforzarme aún más en diversos momentos.
De forma parecida me ocurrió cuando participé de una comunidad de escritores, de varios países, en que compartíamos nuestros escritos con un famoso de España. En todas las ocasiones aprendí mucho de ellos y me hizo caer en cuenta de lo que aún me falta por avanzar en el campo de las letras.
Cuando me plantearon el reto de escribir durante cien días seguidos tres páginas diarias, sin faltar uno solo, me pareció una meta complicada e inalcanzable. Sin embargo, en compañía de mis amigos corredores de esta “maratón literaria”, conseguí, no sin cierto esfuerzo, llegar a esa meta el pasado veintiocho de diciembre.
Con la práctica de estos días, ya no me pareció descabellado llegar a la siguiente etapa de los doscientos días. Escribir un día y otro, hacía que el siguiente paso fuera más fácil que el anterior.
Ver que otros lo iban consiguiendo me animaba para avanzar; leer los avances magníficos de mis compañeros me hizo ver que la calidad está estrechamente relacionada con la disciplina y constancia del trabajo esforzado. Es verdad que mejorar en cualquier campo no solo es cuestión de cantidad
De estas y otras experiencias parecidas, caí en la cuenta de algo que está escrito hace siglos, por filósofos y personas que se han comprometido en serio en ser mejores. La excelencia no es un acto concreto; es lo que hacemos todos los días.
Lo que hacemos o dejamos de hacer no se refiere exclusivamente a la buena voluntad, sino principalmente a las virtudes que tenemos. También ocurre un fenómeno interesante, cuando centramos el foco de nuestro día en cosas positivas, casi de forma automática, no tenemos tiempo para perderlo en cosas de menor categoría.
El final del año suele ser un tiempo de balance y de propósitos. En mi caso particular, es un tiempo para evaluar el campo inmenso y apasionante de virtudes y habilidades positivas que me quedan por conseguir. Gracias a Dios, estoy rodeado de personas ejemplares; avanzar es solo cuestión de concretar los pequeños pasos a dar cada día en el deporte apasionante de las virtudes. Y, sobre todo, encontrar a las personas adecuadas para recorrer el camino