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Como en las potras

Haciendo memoria, no recuerdo que en los juegos infantiles se practicara mucho la democracia. Quienes decían conocer las reglas, le agregaban nuevas según su conveniencia (especialmente si iban perdiendo). Los más hábiles decidían quiénes integraban sus equipos, usualmente discriminando a los más pequeños, a los menos dotados físicamente y a las niñas. Las niñas solían ser relegadas cuando el juego era “para hombres”. Casi siempre debían demostrar algún grado de rudeza si decidían desafiar la opinión colectiva y las miradas desaprobadoras de sus demás compañeritas.

Recuerdo bien que cuando jugábamos al fútbol en la calle, casi siempre debíamos aceptar que el dueño del balón gozara de prerrogativas para imponer algunas condiciones en el juego. Por ejemplo, solía escoger el equipo con el que jugaría (si ya no lo había integrado con los mejores jugadores), autonombrarse capitán y decidir la ubicación y ancho de las porterías. Cuando el dueño de la pelota estaba en la cancha, debíamos someternos a sus pequeñas arbitrariedades, e incluso a la suspensión del juego si en algún momento se le antojaba como protesta radical tomar en sus manos su propiedad y largarse de ahí. No importaba si el juego estaba interesante o no, el “dueño de la pelota” podía decidir cual arbitro omnímodo dar por terminada la jornada (lo que casi siempre ocurría si su equipo iba perdiendo o no se accedía a sus caprichos).

Por estas obvias desventajas, casi siempre preferíamos comprar entre todos un balón aunque fuera barato. Nadie quería darle todas las ventajas a uno de los jugadores, principalmente la de decidir cómo y cuándo se acababa la diversión. Cuando intervenían los padres de familia en la organización de los juegos, podía ser peor pues solían sumar ventajas a favor de sus retoños, casi siempre disfrazando el descaro con fingidas maneras. No era extraño que se lo tomaran tan en serio que terminaran enfrentándose verbal (y hasta físicamente) ante el desconcierto de sus pequeños… obligando a estos a retirarse tempranamente del juego.

Los acontecimientos de las últimas semanas son, si las vemos bien, muy parecidos a los que hemos descrito arriba. Hemos visto cómo se han agregado reglas a la competencia electoral: hay quien experimenta exclusiones que antes pedía para “los más pequeños” o “menos dotados”, mientras otros exigen que se les deje entrar de nuevo al juego.

Quienes se sienten “dueños del balón” imponen las condiciones, incluyendo un singular arbitraje que aún en desacuerdo sabe estirar los tiempos extras hasta el límite del reloj y que quizás deba resolver un juego de dientes apretados, sin dar ventajas (aunque algún jugador amenace o grite, como lo hacían los malos perdedores…y sus padres). Con reglas y una pelota por estrenar, los participantes de esta nueva potra están a tiempo de prepararse bien para el partido que les espera, pues al igual que en el fútbol de calle, se debe meter pierna, apretar dientes, correr mucho y aguantar carga. Si hay o no “dueños de la pelota”, eso está por verse.