Columnistas

Cada quien es responsable de sus actos, aunque no se funden en la lógica que es el contexto sin sentido que a veces atrapa. La coyuntura nos confronta con expectativas desmesuradas y ajenas a la realidad, precisamente porque es una realidad que se piensa mágica, surrealista. Un nuevo gobierno, sobre cuya titular penden más expectativas que sobre ningún otro antecesor, por la gravedad de la situación de pobreza, sin precedentes, que agobia a la mayoría del pueblo hondureño, por la profundización de la corrupción y de la impunidad, posiblemente similar a la de otros gobiernos, pero ahora desorbitada por la comunicación extensiva que permiten las redes sociales y por la creciente concienciación cívica, ambas vinculadas. También por la tragedia en que ha caído la educación y en el riesgo, grandes desafíos, que representan la salud y la seguridad ciudadana. En general por lo precario del estado de derecho, que nos convierte individual y colectivamente en entes ultravulnerables. Pero por sobre todo, con todo lo injusto que pueda ser, porque se trata de que será una mujer, por primera vez, quien conduzca los destinos de la nación, el machismo prevaleciente, el de hombres y de sus mismas congéneres, le exigirá la capacidad superior, como la transparencia inmaculada, que no le han exigido a sus antecesores; que haga maravillas, lo que tampoco han hecho gobernantes anteriores. Ni uno solo dio todo su potencial al servicio de la patria. Y para ello le será indispensable formar el equipo que le sea idóneo. Que consecuente con la esperanza que ha despertado y con la lucha legítima de las mujeres, sea la paridad un eje de su gobierno. 50% de las secretarías de Estado para mujeres, profesionales capaces en un gobierno de integración, que propenda a la unidad nacional. Pero si no pudiera sustraerse al sectarismo que todo lo arruina, en el mismo Libre están también mujeres excepcionales con quienes rectorar al menos ese 50% de secretarías de Estado. Gobierno de paridad. Es lo justo.