Columnistas

El escarpado camino de la reconciliación

La carrera electoral de 2013 fue brutal y despiadada, como si de vida o muerte se tratara, de buenos y malos, de odios e insultos; el golpe de Estado de cuatro años atrás cicatrizaba lento; las calles ardían en protestas.

En ese fragor, la vocecita de una niña sorprendió, incluso a bandos opuestos, al cantar en un anuncio de campaña -difícil entonarlo aquí, pero más o menos- “por la reconciliacio-o-o-ón”. Era la nieta de doña Xiomara Castro e hija de Zoe, que resumía en ese tramo de la canción la propuesta de campaña de su abuela y la aspiración de mucha gente, pero, con tanto ruido, no se oyó.

Tal vez por las astucias que da el tiempo, el tema de la reconciliación volvió en la campaña de este año -aunque tibio y desganado- con doña Xiomara otra vez de candidata presidencial, y hasta recuperaron la canción con la nena (que ya es adolescente), pero tampoco la escucharon, como si no necesitáramos la concordia.

A principios de los 90, el presidente Rafael Callejas creó una oficina para analizar al hondureño en su esencia y ayudar a levantar su autoestima, la confianza en sí mismo. Aunque descreo de todo, pasé a conocer la esperanzadora institución, pero solo encontré a unas señoras hablando bien de ellas y mal de las otras; era solo un refugio de plazas de trabajo; perdimos la oportunidad.

Los que han conocido de cerca al matrimonio entre Xiomara Castro y “Mel” Zelaya creen que no hospedan rencores y que el resentimiento acumulado es el de cualquier ciudadano acostumbrado a los vaivenes de la vida; que no está entre sus imposibilidades y seguros límites considerar la reconciliación como parte de su proyecto de gobierno.

Si así fuera, tendrían que reunir a sociólogos, psicólogos, antropólogos, criminólogos, economistas, y todo el que estudie la voluble conducta humana, para ofrecer respuestas inmediatas y que fácilmente superen a las señoras endomingadas y atentas al fijador de la oficina de los 90.

Claro que son importantes los problemas de la deuda pública; la pandemia, como amenaza persistente; los niños que no van a la escuela hace dos años, y otros, nunca; la medicina real, no solo como acto de fe; la pobreza como una losa; pero poco se hará si seguimos matándonos entre nosotros.

Tampoco se trata de perdonar abusos y delitos, como, desmesurado, propuso el pastor Solórzano, que no tardó en recibir una batería de condenas, señalamientos y escarnio; sino de convertir esto en un país de leyes, de dictámenes, de acuerdos, donde todos estemos regidos por la misma letra.

Lo improbable a veces deja de serlo; hace dos semanas, fanáticos del Real España y Olimpia se trompeaban en las calles; ahora, junto a los de Motagua y Marathón, firmaron la paz. Un día podría bajar la agresión en las redes sociales, en las calles hacer la vida más amable, pero falta dar ese difícil primer paso, el ejemplo.