Columnistas

El arte de no saber perder

Esta nación ha cruzado los pantanos de la historia política, arrastrada de alianzas y componendas partidistas para alcanzar el poder a través de pactos oscuros y negociaciones escritas con la tinta-sangre de un electorado que todavía cree en los milagros de la democracia hecha a mano, donde el bipartidismo fundado y mantenido por el Partido Liberal (PL) y el Partido Nacional (PN) se han turnado las riendas del país en un siglo de infamia.
Y nos fallaron siempre, ambos han dejado el país en la calle, ultrajado y abatido por una crisis social, aturdida de corrupción imparable, impunidad decretada desde los círculos del poder y una pobreza criminal, sin salud, sin educación, sin seguridad, inundada de narcotráfico y una lista interminable de miserias que el bipartidismo ha hecho con los «honores» de su casta.
Nos han heredado un Estado fallido, una democracia remendada de discursos triviales, golpes de Estado, juntas militares, dictadores de bananas, déspotas indómitos y caballerizas jineteadas por caudillos montaraces, rateros de cuatro esquinas, líderes de cerebro vacío y bolsas llenas.
De esa estela de acontecimientos nacieron muchos partidos políticos, otros fueron hechos al calor de las emociones, pero todos conformaron un abanico amplio de nuevas ideas e ideologías paridas de urgencia, entre ellos, el proyecto Libertad y Refundación (Libre) que es una coalición entre zelayistas y parte de la izquierda, sindicatos, gremios y obreros; un partido amplio, con vicios bipartidistas, pero con nuevos rostros dentro del círculo legislativo y municipal.
El otro partido es el Salvador de Honduras (PSH), cuyo dirigente es Salvador Nasralla. Este movimiento aglomeró partidarios a su causa y en un giro de timón sorpresivamente depone su candidatura y se une a la candidata de Libre, Xiomara Castro, en la fórmula presidencial como primer designado.
Con esto se sella una contienda frente al candidato del vetusto Partido Nacional que aspira a la cuarta victoria consecutiva, sobre un rastro de escándalos de corrupción, fraudes, impunidad y un continuismo arremangado sobre las leyes de la Constitución de la República.

Honduras, aun con sus fallas electorales y candidatos de cartón, anhela celebrar unas elecciones limpias y transparentes el próximo mes de noviembre y alcanzar una transición pacífica del poder.
La alianza verdadera debe ser con los electores que les permitan vencer al deshonroso régimen actual, que aún se mantiene sin base legal, ni respaldo ciudadano. Esa debe ser la mejor alianza, no coaliciones demagógicas y arreglos políticos leoninos para alcanzar la máxima autoridad y repartir los dividendos de una democracia sacrificada en misas negras, con el afán matemático de controlar el poder.
Toda alianza es un avance en los procesos democráticos, pero cuando esa unión política carece de principios ideológicos, sin planteamientos éticos, sin pensamiento social, sin plataformas doctrinarias y el único fin es repartir cuotas convenientes de poder, entonces solo son ligas de maridaje para corromper la frágil conciencia del electorado y terminar con la derrota moral de las coyunturas políticas que sustentaron la construcción de la unidad.
Cada alianza debería ser táctica para conformar un escenario en donde prevalezca el bien público, no una tarima para lanzar insultos y descalificaciones, sin propuestas serias, sino una melcocha de consignas baratas, con canciones imitadas que empalagan la dulzona ilusión de un país mejor, que nos venden una destemplada subcultura política, que cae como confites del cielo gris de este país, donde no escampa la lluvia tempestuosa de la vulgaridad.
Ojalá que esta y todas las alianzas nos enseñen el arte de no saber perder.