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¿Partidos o facciones?

La amarga historia de Honduras se repite tanto, siglo a siglo, que las interpretaciones usuales no funcionan y debe concebirse nuevas que vayan más allá de las explicaciones bipartidistas y que profundicen ciertos sintagmas psicológicos que pueden incluso despertarnos terror.

La primera es que, como insisten varios antropólogos, luce que el nuestro es por esencia o en mayoría pueblo modoso y por tendencia conservador. Educado (y alienado) para temer a un dios que se anuncia más bien como amor; resistente a indagar la relación que se da siempre entre actuación política y abuso económico; seguidor de caudillos antes que de ideologías; pasivo más que activo y de allí indócil a cambios rápidos, Carias lo castró, o a lo menos podó sus naturales instintos revolucionarios, cada vez más reducidos desde la década de 1950.

Lo segundo es que en Honduras no ha habido partidos políticos sino, como se llamaban en el siglo XIX, facciones, o sea grupos afines a deseos e individuos. Los verdaderos partidos son instituciones con idearios y principios de conducta social reverentemente respetados, y a los que se aplica continuas evaluaciones y rendiciones de cuentas. En Honduras el único que alguna vez escribió un formal manifiesto fue Celeo Arias (“Mis ideas”, 1887) pero incluso desde allí proliferaron y siguen los progresistas o conservadores personalismos.

A partir de Ferrera (1838) la línea reaccionaria hondureña toca a Juan Lindo y se asienta en “Medinon” (José Ma. Medina), otros de entonces y Suazo Córdova en el XX, o sea ferrerismo, medinismo, rosuquismo y juanorlandismo de entreguistas y apátridas, ligeramente separados estos del callejismo (que tenía programa neoliberal) con manchas bravas y duros adláteres derechistas. La vocación autoritaria jamás abandonó a los partidos tradicionales.

Y en bandos opuestos de ayer el sotismo y rosismo liberal decimononos (Soto y Rosa), aptos para engendrar retóricas progresistas y morazánicas agresivamente populares. Seguidos brillantemente por Policarpo Bonilla, la mitad de Lopez Gutierrez y antes, con algunas dudas, Santos Guardiola. Agréguese el policarpismo (de Bonilla) y el bertranismo en el siglo XX, más el villedismo (o como lo nombraban los nacionalistas, “villedo comunismo”) y en la actualidad el modesto reformismo de Libre.

Aventuras individuales, en general, con frecuencia carentes de dogma e idearios firmes, en ocasiones lejanas de proyectos de estilo social demócrata o cristianismo social en cuanto plataforma, y menos de socialismo, que aterra al miedoso burgués enmascarado de demócrata y que le sirve para simular su escaso desarrollo político, cuasi medieval.

¿Son estas las fuerzas que van a enfrentarse en Noviembre, imaginarios o sistemas de ideas…? Con excepción del anunciado plan de gobierno de Xiomara de Zelaya, el resto son veredas, no rutas, coruscados caminos de tierra con nula dirección, materias estas en que pudieron ponerse de acuerdo las fuerzas opositoras: imperio de la ley, exterminio de la corrupción, extinción de concesiones, exenciones y privilegios no equitativos, incluyendo las Zede, y transformación del Estado empresario en Estado del bienestar... Nunca es tarde para plantearlo.

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