Columnistas

¿Qué hacer con nuestra violencia?

La violencia algunos la escriben en prosa y otros en narrativa; algunos la denuncian y algunos otros la exhiben. También los hay quienes la quieren ocultar, y por supuesto se la puede medir.

Están las víctimas y los victimarios, los autores intelectuales y los materiales. Está el discurso sobre ella, algunas veces empobrecido por la política. Hay violencia física, que acapara los cinco sentidos; violencia de género, que no distingue la dirección; violencia simbólica, de la cual casi nunca nos cuidamos y damos como normal; violencia evidente; violencia solapada; violencia como respuesta a la violencia, que casi siempre tiene una justificación, y violencia que censura.

Hay violencia sin culpables; violencia verbal, que hasta tiene que ver con algunos prestigios en algunos círculos, violencia intrafamiliar, también normalizada; violencia deportiva; violencia bélica; violencias todas, al fin y al cabo.

Si es adjetivo le queda a la música, a las películas, a la publicidad, a los videojuegos, a casi cualquier cosa. Hay en el origen de la palabra “violencia” un dejo de desigualdad. Según su etimología, esta no sucede entre iguales, al menos en el aspecto concreto en el que se dé. “Vis” quiere decir fuerza, y “latus”, llevar. “Llevar la fuerza” no parece demasiado grave, pero si lo pensamos, la aplicación de una fuerza, material o simbólica, tiene su origen en cierta verticalidad.

Tiene que ver, como tantas otras cosas, con el poder o la búsqueda de él. El hombre golpea a la mujer porque se lo ha colocado socialmente en una posición vertical hacia ella; dos hombres en contienda están buscando el poder; el jefe ejerce una fuerza simbólica sobre sus empleados porque está en una mejor posición; el que tiene el arma es el violento porque tener con qué dañar le da ventaja (la versión simbólica es el chantaje); los papás son violentos con sus niños porque tienen poder sobre ellos.

La violencia brota de todos lados, sobre todo si hay desigualdad; en todo lugar donde prospere la violencia debe haber algún desequilibrio. Por eso la violencia impune. No hay igualdad ante la ley si las culpas no se pagan. La pregunta es qué hacer si ella sale por todos lados, generando innumerables círculos viciosos, en los cuales la violencia reacciona a la violencia. ¿Cómo hacer para que esto no sea un ojo por ojo y un diente por diente? Sabiendo que no se trata solamente de decir que se acabe. Y que no solo debe verse en estadísticas, sino que debe respirarse.

Hay, entonces, una metaviolencia; es que la situación es tan envolvente en la sociedad que la generalidad en sí misma es ya un acto de violencia. Va un paso más allá de lo enraizado y sistemático. ¿Es correcto sacarla de foco?, ¿es una solución excluirla de lo mediático por completo? ¿O es acaso, cegarnos ante la realidad? ¿Está bien fingir que no existe? Probablemente no. La verdadera respuesta es el pensamiento crítico, con el cual una persona se puede enfrentar a cualquier situación sin pretender ser victimario, y sin dejarse transformar en víctima.

Es, digamos, quien más nos iguala. A un problema tan supremo y general, solamente se lo puede enfrentar con una respuesta suprema y general. Cualquier acción que no involucre un proceso educativo que lleve hacia el pensamiento crítico será inútil

Tags: