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200 años no es nada

Hace 200 años se gestó la independencia de las provincias de la Capitanía General de Guatemala. Una firma del acta el 15 de septiembre de 1821 puso fin al dominio colonial español que daría origen a los actuales Estados de Honduras, Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua.

Aquella proeza de independencia política y la formación de las nuevas repúblicas en el siglo XIX significaron un cambio político importante, pero nada más la pobreza, la desigualdad y el clasismo que arrastraba el racismo se mantuvo intacto en las incipientes naciones de una Centroamérica joven y bárbara.

Así empezó a caminar esta franja agreste de tierras azotadas por volcanes, guerras, hambrunas, plagas y una economía devastada por la crisis política a fines del período colonial, el cual desembocó en montoneras y alzamientos populares, donde los indígenas, los ladinos y los criollos ya reclamaban con sangre sus derechos. Desde entonces, hay una cruzada por la libertad que estremece los cimientos de aquella sociedad diezmada que ve el nacimiento de las guerras federales, mismas que posteriormente experimentaría Centroamérica.

200 años después nos debemos replantear con reflexión crítica dentro de la revisión histórica de los procesos políticos para una sociedad con igualdad, justicia, participación ciudadana y transparencia hacia una reconstrucción firme de la democracia, que en estos dos siglos han sido un rastro de sangre y corrupción desde la segunda mitad del siglo XX, cuando la dinastía de los Somoza en Nicaragua, los dictadores militares en Guatemala y Honduras, así como las masacres campesinas de El Salvador mostraron las garras mortales del conflicto este-oeste en el escenario internacional de la Guerra Fría, dándole fin a los sueños de la unidad, la ilustración, la modernidad, el progreso y la libertad.

Hoy, nuevos desafíos nos lanzan la historia en el contraste centroamericano. Retos como la gran desigualdad socioeconómica, la pobreza extrema, los vestigios de las guerras civiles, la violencia descomunal, los efectos del cambio climático, la migración como desmovilización social, un Estado de derecho ultrajado por forajidos demagogos, el mal ejercicio del poder, deficientes procesos democráticos, un gasto militar extremo sin ninguna guerra que librar, con una educación rezagada en los límites del analfabetismo, mediocres políticas públicas que no han podido reducir la brecha de la riqueza desde tiempos de la colonia y una corrupción paralizante que ha sido desbordada por la pandemia, misma que de paso arrasó con la economía de una Centroamérica que ya ha perdido más de diez millones de empleos y más de cien mil almas fallecidas por el virus, sostenido por la mala administración sanitaria en esta región de celebradas independencias.

Pese a todo esto, se organizaron eventos para conmemorar los 200 años, más allá de los festejos a nivel regional, el Gobierno de Honduras nombró la Comisión Nacional del Bicentenario de la Independencia; además, el Banco Central diseñó y puso en circulación el nuevo billete de 200 lempiras. El billete contiene la imagen de niños y guacamayas coloradas en vuelo, como huyendo de la cacería por hambre.

Un billete que se acumulará en las manos de los corruptos, como antes lo hizo en las élites de origen español y criollo en las diferentes provincias de Centroamérica, para mantener el poder político, económico y social que lograron consolidar en el período colonial y que perduró hasta nuestros días, donde el saqueo de instituciones estatales es la nueva moneda de curso 'legal'.

200 años no es nada, comparado con los siglos de latrocinio en Honduras y la cadena de la esclavitud electoral sigue arrastrándonos, hasta llegar al nuevo cacique que gobernará en arcas abiertas.