Columnistas

Olimpiadas en Honduras

En el año 776 antes de Cristo, en Olimpia, Antigua Grecia, se llevaron a cabo los primeros Juegos Olímpicos. En aquellos tiempos, el premio de los vencedores consistía en una corona de olivos, galardón que también se concedía a los generales, cuando regresaban victoriosos de las batallas. 1,100 años después, los juegos fueron suspendidos por considerarse paganos.

Las próximas Olimpiadas comenzarán la próxima semana en Tokio, Japón, donde los vencedores ya no recibirán una corona de olivo sino medallas de oro, plata o bronce, para quienes resulten ser los más rápidos, los que salten más alto y los que demuestren ser los más fuertes.

En Honduras también hemos creado nuestras propias Olimpiadas; ya no en el atletismo, sino que en el intrincado juego de la política vernácula. Se trata de cuál de los partidos políticos alcanza el poder aun cuando esto represente romper más récords de la “defraudación popular”. Se trata de saltar “más alto” en la frustración del pueblo, llegar “más lejos” en romper su tolerancia y golpear “más fuerte” en la dignidad de la nación.

La última era de la competencia nacional inició alrededor del 2006. Compitieron cinco equipos políticos; el victorioso, medalla de oro, resultó ser, como se esperaba, el que más trampa hizo. Esto fue tan normal que hasta los observadores internacionales sonrieron complacidos cuando el capitán, presidente electo, confesó luego, sin recato, que él era un presidente “fruto del fraude electoral”.

Es necesario recordar que “defraudación” significa estafa, engaño, incumplimiento de lo prometido, privación a una persona, con abuso flagrante, de lo que le toca por derecho. Desde el 2006 se han sucedido cuatro gobiernos caracterizados por grotescos atropellos a la ley, violaciones a la Constitución de la República y de sus preceptos pétreos, menosprecio al pueblo y a sus necesidades elementales. Los cuatro vencedores (uno dobleteó) en esas “olimpiadas políticas” se han esmerado por romper todos los récords de incapacidad administrativa de sus antecesores rompiendo marcas en cuanto a abuso de poder, menosprecio por la Constitución y las leyes, enajenamiento al mejor postor de nuestro territorio, vulgarización del intocable principio de independencia de los poderes del Estado, para terminar con la manipulación perversa de los procesos eleccionarios. Se convirtió en una competencia de quién impone sus caprichos y loqueras utilizando su “mayor fuerza”; todo ello con la complicidad de instituciones sometidas, como la fuerza armada y policial, la Corte Suprema, la Fiscalía General de la República, y el vergonzoso contubernio de una Cámara Legislativa complaciente que se ha caracterizado por su ENTREGUISMO y desdén por los genuinos reclamos de un pueblo indignado.

En noviembre, el mundo entero estará pendiente de averiguar si hemos aprendido la lección, no volviendo a escoger a aquellos verdugos del pueblo que nos conducirán irremediablemente al fracaso final.

¡POR ESO, BASTA YA DE LO MISMO!