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200 años de palabras y los mexicanismos

Uno de los elementos identitarios más importantes para cualquier nación es la lengua. La Federación Centroamericana heredó de la época colonial el español, establecida para entonces como lengua de ejercicio oficial y dominante en el territorio del istmo. Lógicamente, las situaciones particulares de las provincias debieron configurar un panorama heterogéneo, al menos hasta donde la unidad de la lengua lo permitió.

Con la consecuente búsqueda de una identidad, una vez que Honduras se convirtió en Estado vinieron las políticas lingüísticas, que en la mayoría de los casos favorecieron al español contrapesándola a las lenguas indígenas y caribes.

Con el paso de los años, adoptamos un nombre oficial, nombramos provincias, municipios, le dimos nombre a una moneda, se nos conoció como catrachos (aunque la evolución de esta palabra es ampliamente cuestionable desde el punto de vista del cambio fonético), y ya la población se dio a la inconsciente tarea de configurar un inventario de palabras propio y más o menos homogéneo para el país, que es lo que solemos llamar español hablado en Honduras. Nuestro español ha estado profundamente marcado por nuestra historia. Tenemos, además, una innegable influencia del náhuatl y de otras lenguas.

Pensemos en lo que yo suelo llamar palabras endémicas, es decir, aquellas palabras que solamente se dan en nuestro territorio, al menos con cierto significado específico. Estas no son tan fáciles de encontrar, pues la mayoría de las palabras que son identitarias del pueblo hondureño, lo son también por lo menos de otro país de Centroamérica. La palabra “cheque” cuando tiene el sentido de que todo está bien o de afirmación e incluso despedida, es un anglicismo que proviene de “check”, que delata la influencia del inglés en nuestro español, producto de la presencia de empresas estadounidenses en el país. Lo mismo sucede con la palabra “guachimán”.

Y ni hablar de la palabra “mínimo” para referirse al banano, que creo que refleja en tres sílabas una parte importantísima de nuestra historia. No es casual que tengamos un nombre tan particular para un producto que abunda tanto en nuestro país, y que presuntamente deriva (el nombre) justamente de esa actividad productiva.

En los últimos años, no muchos, estamos frente a una ola de influencia que no proviene de otra lengua, sino de otro dialecto: el español hablado en México. He percibido que las personas jóvenes están tendiendo a usar muchísimos mexicanismos. Lo más probable es que se trate de una influencia de las redes sociales. Son muchos los creadores de contenido mexicanos que son seguidos por hondureños.

¿Es esto necesariamente algo malo? No, el problema está en el nivel del lenguaje al que pertenecen las palabras que se añaden a la lengua cotidiana de una región. Cuando, por ejemplo, se introdujeron muchos galicismos al español fue a través de la moda, la gastronomía y la cultura. Pertenecían a un nivel culto o por lo menos estándar. Lastimosamente, lo que nos está llegando en la actualidad es una influencia del nivel vulgar, y se posiciona preocupantemente en un lugar de prestigio del habla hondureña. Eso nos delata culturalmente. También, por la misma razón, hay una gran influencia de los iberismos, pero lo más probable es que sea pasiva, es decir, que se entienda de manera extendida, mas no se utilice.