Columnistas

Los de las escuelas privadas

Por estos días las escuelas bilingües terminan su año lectivo sin que los alumnos estuvieran una sola vez en las aulas; niñas y niños, que archivarán en el diario de sus anécdotas futuras este tiempo virtual, encerrado, difícil, abrumador, que les tocó vivir.

En nuestro país hay dos sistemas educativos: el público que va de febrero a noviembre, con su lamentable precariedad, carencias, y descuidos, que lo hacen incompetente; obliga a los padres a matarse pagando el servicio privado —académicamente tampoco es gran cosa—, de agosto a junio.

Pues estos “privilegiados”, que reciben clases todos los días, aprenden inglés, y poco más, son casi 320,000, cifra importante considerando que el total de alumnos es de 1,922,000, según datos oficiales hasta diciembre pasado; lo deplorable, desolador, es que más de un millón de menores entre tres y 17 años no se matriculan, víctimas en una sociedad empobrecida y rota.

El caso es que los alumnos de las privadas están por salir de vacaciones, para hacer lo que hacen desde marzo de 2020: encerrarse en la habitación, aferrados al celular, abismados en la videoconsola —los que pueden con esos “lujos”—, y alguna vez la televisión; escondiéndose de ese tal virus, del que ya saben todo.

Los chiquitines han sido lo peor, no hay manera de mantenerlos frente a la computadora o tableta para que sigan las clases; hacerles entender que “b” con “a” suena “ba” es todo un desafío, y sus padres y madres se agarran de los pelos para no llorar, creen que no van a aprender nada y están locos porque vuelvan a las aulas.

Los maestros se inventan de todo para que la vida no parezca tan anormal; las graduaciones del kínder —por ejemplo— fueron reuniones de carros en los estacionamientos de las escuelas, con globos y bocinazos, saludos desde lejos, gel y mascarillas, que ni se sabe quién es quién.

Para niñas de octavo o noveno grado ha sido frustrante, terrible: cumplieron sus 15, y les prometieron fiesta de princesa, vestido mágico y baile; y todo se redujo a reunión en casa con dos o tres compañeros —los cercanos— y terminar antes del toque de queda a las 10:00 de la noche.

Desde las reformas educativas, la primaria es hasta noveno grado, y los alumnos deben aprenderse el Himno Nacional —largo y complicado— y en ciertas escuelas pidieron un video cantándolo, con uniforme, el último comprado en 2019, antes de la pandemia, y a ninguno le queda; comensales feroces, crecieron, engordaron.

Los que se graduaron en este curso, no pudieron lucirse todo el año en los pasillos de las escuelas, como los grandes, los guapos, los “seniors”, con camisetas alusivas y actividades recaudadoras para la fiesta: la ceremonia es virtual, el diploma por ventanilla.

Si las vacunas no se apuran y el coronavirus no remite, en agosto será igual, no conocerán en persona a sus nuevos compañeros, las clases seguirán virtuales y el aprendizaje, dudoso.