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La importancia de llamarse Ernesto

Llamarse Xiomara, Yani, Salvador y Nasry tiene un significado particular este año porque son los principales candidatos a la presidencia del país en las elecciones de noviembre, cada uno con su personal forma de ser; y no parece casual, estudios recientes recogen que nuestros nombres afectan nuestra personalidad.

En países desarrollados, donde ya resolvieron los problemas básicos que a nosotros nos asfixian, pueden dedicarle estudio a puntos como estos: los nombres que nos dan nuestros padres y que podrían determinar quiénes seremos en el futuro, o si nos amoldarán una personalidad que nos lleve al triunfo o al fracaso.

Nuestros nombres nos identifican como personas, nos individualizan; pueden crear un sentido de identidad única, especial, o un individuo corriente, conformista. “Sirven como la base misma de la propia concepción de uno mismo”, le dijo a la BBC el psicólogo estadounidense David Zhu.

Los alemanes también se han ocupado del asunto, y en un programa de citas descubrieron que los nombres pasados de moda eran rechazados, y preferían los más modernos; concluyeron que era un indicativo de cómo fueron tratadas estas personas a lo largo de su vida y cómo eso influyó en la persona en que se convirtieron.

En el Instituto de Psicología de Pekín cotejaron a miles de condenados, y los nombres menos populares o de connotaciones negativas tenían mayor probabilidad de involucramiento, “nuestros nombres pueden tener consecuencias, porque pueden afectar cómo nos sentimos y cómo nos tratan los demás”, dijo Huajian Cai, siempre a la BBC.

Hace algún tiempo, un cooperante español me visitó en Madrid para contarme emocionado que venía para acá a estarse un año. Cuando regresó, me decía —sorprendido— que el chofer que le asignaron se llamaba Geovany; y el guardia de la oficina, Nelson; y la secretaria, Jackie; y el ingeniero, Selvin; todo seguido de un “hostias, tío, menudos nombres”.

En la España franquista en que creció, el tirano controlaba todo, hasta los nombres —católicos, desde luego— y si unos papás se ponían creativos llamando a su hija Yamileth, la autoridad gritaba que no, será Pilar, o María, Carmen, Teresa; y si es varón, nada de Wilmer, para eso está Antonio, José, Manuel, o como el mismísimo dictador: Francisco.

En una de sus obras más populares, Óscar Wilde enreda a dos amigos que se han cambiado el nombre por “Ernesto”, porque sus novias soñaban con alguien que se llamara así, y aunque les genera conflictos y dificultades, al final descubren “La importancia de llamarse Ernesto”.

Si el nombre tiene posibilidades de producir un buen o un mal resultado, la recomendación para los padres es escogerlos bien, que tengan sonoridad y se digan con fluidez. Y para los votantes, lo prudente es que no se guíen solo por los nombres, los mismos que un día pueden aplaudir o abominar.