Es en esta etapa del proceso donde desaparecen los valores morales de la mayoría de los políticos y sus activistas; lo que convierte al proceso, al final de la tarde, de una fiesta cívica a un evento lleno de delitos electorales que el Ministerio Público no investiga y muchas veces con las pruebas, lo único que hace es engavetarlas, provocando indignación, desilusión, discordia, impotencia y crispación social en el pueblo hondureño.
Para nadie es desconocido que a lo largo de la historia democrática de Honduras, estos dos últimos procesos electorales generales han desnudado la fragilidad democrática oculta en casi cuatro décadas ininterrumpidas de elecciones en nuestro país y han evidenciado las dificultades para la consolidación institucional en un país golpeado por la desigualdad, pobreza y corrupción.
Han pasado casi cuatro décadas desde que Honduras volvió a la “democracia”; y este veinte y ocho de noviembre de 2021 se escribirá probablemente la misma historia de los últimos dos procesos electorales en la moribunda o aniquilada democracia hondureña. En un “ambiente cívico”, pese a la pandemia, las elecciones tendrán lugar el día programado. Se realizarán con los observadores de siempre, que muchas veces vienen a hacer turismo bajo el argumento de respaldar la transparencia del proceso. Como pareciera que será la misma historia del proceso anterior, los resultados darán el triunfo a los de siempre en los tres niveles de elección, si es que la oposición no se pone viva en las mesas, que es donde se ganan las elecciones en Honduras.
Probablemente, alguien opine lo contrario, pera las acciones de la clase tradicional hondureña no da indicios de querer cambiar y “no podemos decir a la fecha que la institucionalidad avanza y que le puede garantizar al pueblo hondureño elecciones transparentes, democráticas, efectivas y justas”.
Lo más seguro es que seguiremos con la manipulación y negociación entre competidores tradicionales por el poder bajo la mesa. Seguiremos con los vínculos de lealtad, no con los partidos y sus principios doctrinarios, sino que con caudillos particulares. Si es así veremos el próximo 2022 funcionarios públicos tomando posesión de los cargos, no por competencias profesionales, sino por lealtades caudillistas. Si seguimos así, nunca esperemos la construcción de ciudadanía, de institucionalidad, no esperemos que vamos a recuperar la credibilidad de la política, no esperemos que va a predominar la ética, la ciencia en la toma de decisiones y mucho menos esperemos reconectar la política con la gente.