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El monomito hondureño

A menudo pienso en Honduras, por lo menos unas tres veces al día. Me debato entre un optimismo que no puede ser más que ingenuo y un realismo que se confunde con pesimismo. Mi pensamiento, tan contaminado por la literatura, usualmente hace un encuadre dramático de la situación. No hago, entonces, más que imaginarme el contexto ideal para una épica, una típica épica. Viene a mi mente, en consecuencia, el periplo del héroe o el monomito: una estructura dramática propuesta por Joseph Campbell que recorre el camino del héroe, con sus sostenidos y bemoles.

Este paradigma literario propone diecisiete pasos por los cuales pasa un héroe antes de conseguir su objetivo. Reviso la historia y no me parece que es tan distinto de lo que ha sucedido en la no ficción. Al fin y al cabo, el gran qué de la humanidad ha sido la lucha por el poder.

El periplo del héroe tiene tres grandes partes: la salida, la iniciación y el regreso. La salida la compone una llamada a la aventura, que se da en la más serena normalidad. Luego hay una especie de rechazo a la llamada, en la que el héroe se niega a recorrer el camino predestinado, aunque, como es natural, para que haya historia termina por acceder. Aparece un guía espiritual, un maestro, que dota al héroe de herramientas para su trayecto. Para terminar la salida, hay un compromiso de transformación en la parte que se denomina “el vientre de la ballena”.

Si trasladamos esto a nuestra realidad nacional, nuestro héroe anda por allí, tiene ahora una vida normal, y quizá haya señales en su vida que le indiquen que debe recorrer el camino del héroe, pero lo más probable es que se niegue a ello. Y lo primero que se puede concluir en este punto es que ese presunto héroe no lo conocemos, es anónimo. No hay nadie en la palestra hondureña que pueda reconducir el camino del país. Es probable que ni siquiera esté en el estómago de la ballena. Y lo peor es que tampoco hay un maestro sabio.

El periplo del héroe continúa con la iniciación. Primero aparecen las distintas pruebas, luego el encuentro con la diosa, que es donde conoce el amor. Le siguen la tentación, la reconciliación, la apoteosis, en la que se da una muerte física o espiritual, y el don final: la consecución del objetivo.

De nuevo, puesto en nuestros códigos, serán las muchas las pruebas que nuestro héroe deberá pasar. Creo que es la parte más clara de todas. Deberá conocer el amor (no romántico), que será el que lo impulse a buscar su camino. Este personaje estará tentado por las mieles del poder, de la codicia, de la política. Deberá enfrentarse a lo que ejerce poder sobre él. Por último, habrá de verse de alguna manera derrotado —yo particularmente quisiera prescindir de esta parte— para conseguir su objetivo: liberar a Honduras.

La última parte, el regreso, se compone de una negativa a regresar a su origen, una custodia férrea del don, es decir, lo que consiguió; una guía de parte de alguien más, el cruce del umbral en el retorno, la maestría de los dos mundos y la libertad para vivir.

De esta última parte quisiera quedarme con la libertad, que es al fin y al cabo lo que buscamos. Creo que para nuestro caso el héroe es usted, querido lector. Usted y todos los hondureños, se trata de un héroe colectivo, que no es tan usual en la literatura pero tampoco es desconocido. Al final de cuentas, ningún caudillismo puede salvar a Honduras.