Columnistas

Los emigrantes nuestros y ajenos

Divagábamos con una compañera, cuyo padre es de La Ceiba; su madre, de Juticalpa; ella nació en Tegucigalpa y se siente capitalina, bueno, un poco, porque de pequeña pasó vacaciones entre establos y abuelos en Olancho; o asoleándose en el inmenso Caribe, entre primos y risas. Conclusión: todos somos hijos de alguien que vino, de alguien que se fue. La historia de la migraciones humanas.

Hace algún tiempo, con Efraín y Wilfredo, compañeros aquí en EL HERALDO, madrugamos carretera hacia Bonito Oriental, allá en Colón. Decenas de haitianos, engañados por coyotes, llegaron en barco con promesas de Miami y terminaron en un albergue hondureño; refunfuñando en creole y francés, jugaban dominó con ganas de volver a su Puerto Príncipe, dirían ellos “Pòtoprens”.

Muchos años después, este oficio me llevó a Choluteca, otro albergue, varios emigrantes de paso; los de Cuba estaban bien con el calor sureño, y uno de Marruecos estaría mejor si no fuera por el idioma; igual unos hermanos de Camerún que aventuraban juntos; de esto hace 25, a saber qué ha sido de ellos.

Mientras me cortaba el pelo, un peluquero peruano relató su increíble viaje a Europa; su pasaporte no le daba entrada a España sin visado; así que mejor por Polonia, fría e incomprensible; desde Varsovia a la frontera con Alemania; cruzar el río casi congelado, agarrado a un lazo; vagabundear por Francia unas semanas, hasta el destino final en la impredecible Madrid.

Nada que ver, por supuesto, con el inenarrable viaje de hondureños y otros emigrantes por la extenuante, peligrosa y funesta ruta hacia los Estados Unidos, a través de Guatemala y México; dormir en trenes, el acecho de criminales, punzante frío; el asalto, ultraje y hambrear, casi seguro; morir, muy posible.

Hace dos millones y medio de años, los ancestros del Homo sapiens eran simples recolectores de frutos y semillas; la búsqueda incesante de alimentos llevó a las grandes migraciones que poblaron el mundo, y pararon hace apenas doce mil años, con el desarrollo de la agricultura. Es decir, emigrar lo tenemos en los genes, guardado, inquieto, en nuestro cerebro antiguo.

Nuestro país no solo produce emigrantes, es también paso inesquivable para miles que llevan rumbo norte y que por estos días han aumentado súbitamente sus números -casi tres mil en tres meses- animados por una información equivocada sobre la nueva política migratoria del presidente Biden, y aprovechada por redes de traficantes que se nutren de la necesidad ajena.

No vienen a visitarnos, están de paso; cruzaron mares cercanos desde Cuba o Haití, y océanos lejanos desde el Congo, Bangladés o Jordania. Esperan que los atendamos como quisiéramos que atendieran a los nuestros. El Instituto de Migración promueve un trato digno y legal. Si saben de ellos, recuerden que todos tenemos un familiar, un amigo, en el extranjero, y que todos somos potencialmente emigrantes.