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Conversación con un prócer

¿Qué decís, querido Francisco? ¿Que no has merecido la muerte y que aquello sucedido el 15 de septiembre de 1842 fue un asesinato? Es curioso que hayas contado con la misma suerte que otros hondureños. Ah, sí, perdón: Centroamericanos. Lo olvidaba.

De todas maneras, no cambia el destino, ¿cierto? Hay tantos que como vos no han merecido la muerte, hay tantos que como vos, han sido injustamente asesinados. Buenos hombres y buenas mujeres, sin lugar a duda.

De igual manera, así como a vos no te escucharon, aquí a muy pocos les da tiempo de decir algo antes de morir. Te entiendo si nos ves y lloras como un hombre, no era esto lo que esperabas de nosotros. Y no creo que te aterre tanto que Centroamérica no sea un solo país, hasta entenderías que allá por los sesenta, Honduras y El Salvador nos hayamos enfrentado en una guerra.

Aunque si te soy honesto la guerra me parece bastante primitiva y obsoleta: absurda. Lo que más te duele seguramente es ver cuán grande es la ignorancia, la pobreza, la corrupción y el dolor. Y eso de perdonar a tus asesinos —y no es por adularte— es quizá lo que más admiro de vos como hombre. Según mi juicio ha sido tu más grande proeza.

Si entendieran un poco por aquí, que eso de guardar rencor es malo para el alma y para los intereses de la nación, tal vez unos que otros se perdonarían. ¡Con todo y las persecuciones sos capaz de decir que no tenés enemigos! Esa frase tuya: “Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo”, que uno se la encuentra en varios lugares, quiero decirte que no la comparto

. El amor que le profesaste a Centroamérica y por el cual te desgastaste no desapareció con tu partida. No te engañaré, no es que haya muchos que sean genuinos discípulos tuyos, pero de alguna manera ese germen que sembraste si se busca bien, se puede encontrar. Sobre todo, en personas idealistas; digamos, por ejemplo, los profesores.

Decime si no tengo razón cuando digo que para ser profesor hay que ser un idealista y no quisiera decirlo, pero a veces también un poco iluso. Yo creo por eso están al frente de los jóvenes —por lo idealista, no por lo iluso—, ¿no te parece? A esos mismos jóvenes a quienes les encomendaste el futuro de Centroamérica. Esa relación profesores y estudiantes recuerda a aquella entre Platón y Aristóteles. Platón, representando las ideas y Aristóteles, el materialismo, es decir, lo concreto de este mundo.

Creo que, como toda la historia de la humanidad, primero es pensar y luego existir. Así como los santos se hacen llamar muy pecadores por el alta estima que tienen de la santidad y del Reino de los Cielos, así vos mismo has creído causar daño a Centroamérica por el alta estima que tenés del bien y tu enorme sentido republicano. No es así, querido Francisco, no hay tales perjuicios.

Y en todo caso, el mal que ha venido en la posteridad no se compara con los daños colaterales que pudieron causar tus acciones. Sobre todo, si comienzo por decir que muchos ciudadanos no tenían la misma buena intención que vos.

Seguimos con los mismos malos hábitos de hace doscientos años. Y claro, hace doscientos años ya eran viejas costumbres. No tengás pena, querido Francisco, por el «desorden» con el que escribís, además de que no es tan desordenado como te lo parece, ya tu coherencia de vida nos es suficiente. Para terminar, me gustaría preguntarte: ¿Existe alguna esperanza para Centroamérica? ¿Para Honduras en específico?