Columnistas

Estudié en Cuba, en la Universidad de La Habana. Cuando salí de Honduras tenía ideas equivocadas sobre el proceso revolucionario, pensaba que el socialismo había resuelto todos los problemas, que en la sociedad cubana no faltaba nada, era lo que en filosofía se llama idealista. Me asignaron el lugar donde estaría viviendo en mi condición de estudiante becario, una residencia estudiantil a escasos metros del malecón habanero. Mi primer problema se presentó cuando me informaron que estaría en el piso 19 del edificio, ahí no había ascensor, pensé que aquello era una cuestión pasajera y que pronto estaría en funcionamiento, no fue así, tenía mucho tiempo de no funcionar, había que subir por las gradas.

Después de algunos días, salí para resolver mi matrícula, abordé un autobús (guagua), en muy malas condiciones y para abordar el mismo tuve que hacer fila. En aquel tiempo, si tenías suerte lograbas un cupo, aunque fuese guindado de la puerta del autobús, había que cañonear, en lenguaje cubano. Como ese tipo de hechos se repetía una y otra vez, me di a la tarea de indagar la razón de tan inesperados sucesos de la sociedad que pensaba iba a encontrar; el resultado es que, en el caso de los ascensores, la marca de los mismos en casi todos los edificios, era Otis, una marca de fabricación estadounidense y ese país, desde inicios de la revolución, había decretado un bloqueo que no permitía la venta a Cuba de ningún producto, incluyendo repuestos y accesorios y mucho menos dar créditos para la compra. En el caso de los autobuses eran Leylan, de fabricación inglesa, pero empresarios norteamericanos habían comprado acciones en la misma y habían prohibido la venta de repuestos. No había esfera social y económica en la que el bloqueo no estuviera presente. Esto le ha hecho mucho daño a la sociedad cubana; todo con la idea de vencer por necesidad a un pueblo, lo cual debería ser considerado como un crimen de lesa humanidad. Tienen razón sus dirigentes cuando dicen que “nos tiraron a matar y estamos vivos”.

A pesar de lo señalado, Cuba ha avanzado mucho en temas como biotecnología, medicina y educación; no es casual que la pandemia del covid-19 haya recibido un tratamiento que, a juzgar por los resultados, supera a países desarrollados por el bajo nivel de contagio y muertes. El país no solo ha superado los problemas sanitarios de la pandemia, sino que ha tenido la capacidad de auxiliar a otras naciones que lo han solicitado. En la actualidad la nación está en pleno proceso de fortalecimiento de la estructura productiva e institucional; bajo el entendido, y esto lo reconocen los líderes de la revolución, que, si no hay producción, no hay nada que repartir. Esto es como ir a los orígenes de la teoría marxista que establece que la producción y su forma de distribución es la base de todo desarrollo. Las condiciones todavía siguen siendo difíciles, el agonizante gobierno de Trump persiste en su propósito de mantener el aislamiento, mismo que supera las seis décadas. Por eso, ganar la batalla de la producción será la madre de todas las batallas y es lo que permitirá el mantenimiento y mejora de las conquistas logradas.