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El progreso humano, redefinido

Los virus pueden pasar de los animales a los seres humanos y propagarse por todo el mundo. El plástico no reciclado de una ciudad puede bloquear los cursos de agua y poner en peligro la vida marina en un litoral en un territorio distante. Estos son ejemplos de la nueva era geológica en la que vivimos —el Antropoceno, o la Era de los Seres Humanos—, en la que los humanos hemos alterado de manera fundamental los sistemas planetarios necesarios para la vida en la Tierra.

La devastación causada por el COVID-19 es la señal más reciente de que la humanidad está en crisis, se estima que por primera vez se verá una baja del índice de desarrollo humano en 30 años. Y para Honduras, se suman las devastaciones producidas por Eta e Iota. Sin embargo, a pesar de los profundos impactos en el desarrollo humano, estos hechos pueden ser también una oportunidad para elegir un camino distinto.

Según el último Informe sobre Desarrollo Humano publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), necesitamos una total transformación para poder avanzar hacia la próxima frontera del progreso humano. Este cambio empieza por rechazar la idea de que debemos elegir entre las personas o el medio ambiente. La realidad es que o cuidamos ambas o no cuidamos ninguna, porque un desarrollo humano a costa del planeta no es desarrollo.

Para ilustrarlo, el Informe introduce una variante experimental del Índice de Desarrollo Humano (IDH) añadiendo dos nuevas métricas — las emisiones de dióxido de carbono y la huella material (que refleja la extracción de recursos naturales)— a las dimensiones de salud, educación, y nivel de vida de los países. El nuevo índice pone de relieve la transformación que podría darse en el ámbito del desarrollo si el bienestar de las personas considerara también la necesidad de aliviar las presiones sobre el planeta.

Los resultados son devastadores: actualmente no hay ningún país en el mundo que haya logrado un desarrollo humano muy alto sin contribuir a dañar los sistemas del planeta. Honduras solo presenta una diferencia al alza (de 2.1%) cuando es ajustada de acuerdo con estas dos variables, manteniendo su categorización de país de desarrollo humano medio. Sin embargo, en la región de Centroamérica, países como Costa Rica y Panamá suben, al menos 30 puestos, debido a sus acciones favorables en materia climática y, por ende, impactando en la medición sustantiva del desarrollo humano. Para Honduras, estando en un momento de recuperación y reconstrucción, ahora, más que nunca, es necesario generar las acciones, los planes, compromisos y acuerdos participativos e inclusivos que consideren la actual era en la que nos encontramos, así como las interconexiones con las decisiones globales, que tienen un impacto a nivel local.

Para empezar, esto supone trabajar en armonía con la naturaleza. Aún estamos a tiempo para desarrollar medidas que prevengan y restauren los daños ocasionados a nuestros ecosistemas. Iniciativas climáticamente inteligentes en mitigación, pero, sobre todo, en adaptación al cambio climático deben implementarse. Por eso, estamos apoyando al Gobierno de Honduras, al sector privado y comunidades, con un portafolio amplio de programas y proyectos para cumplir los compromisos nacionales en materia climática, de sostenibilidad y medios de vida.

Asimismo, el equilibrio entre las personas y el planeta exige cambiar las normas sociales y los valores. Este año ha quedado demostrado que se pueden modificar comportamientos fuertemente arraigados cuando así lo exigen las circunstancias.

Por último, los incentivos constituyen herramientas esenciales para cerrar la brecha entre el comportamiento y los valores. La aplicación de políticas y regulaciones adecuadas que proporcionen beneficios duraderos desempeña un papel clave. Un ejemplo es la necesidad de reconsiderar los subsidios públicos a los combustibles fósiles, que cuestan a las sociedades —de forma directa e indirecta— el 6,5% del PIB mundial.

Sin embargo, los principales obstáculos para estas transformaciones son las desigualdades —de poder y de oportunidad— que se dan entre países y dentro de ellos. El estrés que ejercemos sobre nuestro planeta refleja y refuerza las tensiones que se dan también en muchas de nuestras sociedades. Las desigualdades entre las personas son tanto una causa como una consecuencia de las presiones que ejercemos sobre el planeta. Y los enormes desequilibrios de poder constituyen el principal obstáculo para la búsqueda de soluciones.

Al acercarnos al final de un año que ha desafiado todas las expectativas, es preciso reconocer que la pandemia del COVID-19 es una señal de lo que nos espera. Ha llegado la hora de reflexionar sobre cuál va a ser el relato que escribiremos de esta nueva frontera. Somos la primera generación del Antropoceno y las decisiones que tomemos hoy determinarán el futuro de todas las que vengan detrás.