Columnistas

Al ver las aguas cenagosas, las miradas idas y lo irreal percibido de esta realidad que mantiene anegadas casas, cultivos y esperanzas, las ganas de llorar se brotan. Pero qué va a tener uno derecho, si no, pretensión de esas expresivas de arrogancia, de sentir, desde la propia seguridad, ni siquiera con todas estas emociones contrarias, el sufrimiento de quienes lo han perdido todo. Sus seres amados, sus medios de producción, sus techos, sus sueños, no aparecen, como si nunca existieron. Remolino de impresiones y fantasías, de lo que pudo ser. Sombrío su futuro y por ende, el de todos. Diez años para volver a este punto, que no era el mejor. ¿De dónde sacaron ese cálculo? ¿Decenas de miles de millones de dólares para reconstruir el qué? ¿Cómo lo saben? De prestidigitadores, aún de los bien intencionados, estamos cansados. Estamos de la mano de Dios. Sin representantes de los intereses del pueblo. ¿De dónde sacan números que poco significan para quienes son los números mismos? ¿Estadísticas para pedir y recibir? ¿Cómo rendirán cuentas? ¿Cómo se les exigirán? Con este afán crónico que tienen algunos hondureños de actuar de una forma y esperar resultados como si hubieran actuado de otra. El Fosdeh, de los escasos entes con credibilidad en nuestro país, propone un Consejo Consultivo para enfrentar la monumental tarea de, esta vez sí, la Reconstrucción Nacional hasta la Transformación. Sueño y declaración constante a la que pudimos acercarnos hace más de 20 años. No es nada. No existían entonces las redes sociales que entre muchas verdades y muchas mentiras llenan el vacío que desnuda la corrupción. Y eso las justifica. Hace más de 30 años Pedro Joaquín Chamorro, mártir de las libertades públicas, acuñaría desde la prensa en la Nicaragüita amada, hoy, como nuestra Honduras, sufriente, “Solo el pueblo salva al pueblo”. Ya se repite como propia, ante la ausencia de responsabilidad e idealismo en la dirigencia que debiera combatir lo injusto y lo incorrecto. Espera infinita.