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Gestión del riesgo de inundaciones: Un cambio de paradigmas

Actualmente Honduras se encuentra en el ranking de los 3 países más afectados por eventos climáticos extremos, detrás de Puerto Rico y Birmania. A medida que los efectos del cambio climático se intensifiquen, mayor será la probabilidad de que ocurran desastres que afecten a la población. Este es un dato alarmante, especialmente cuando pasa desapercibido por nuestras autoridades. El huracán Mitch (categoría 5) azotó a la región en 1998 causando más de 7,000 muertes, daños graves a la infraestructura, innumerables pérdidas económicas, y miles de personas damnificadas. A menudo se dice que este evento obligó al país a retroceder 20 o 30 años en la línea de tiempo del desarrollo. Los daños ocasionados durante el paso de este huracán son aún palpables en algunas partes del país. Sin embargo, las zonas inundables fueron repobladas una vez que las aguas se apaciguaron, las casas fueron reconstruidas sobre terrenos inestables, en fin, pasaron los años y seguimos cometiendo los mismos errores. Recientemente, el huracán Eta en noviembre de 2020 ha evidenciado nuevamente nuestra escasa capacidad para enfrentar fenómenos naturales de esta índole. El huracán de categoría 4 ya rondaba el mar Caribe a inicios de noviembre del 2020, mientras las autoridades llamaban a vacacionar durante el “feriado morazánico” en lugar de evacuar personas de las zonas inundables.

Parece que la historia se repite cada 20 años, y todavía los hondureños no aprendemos la lección.

Pero, ¿por qué la naturaleza puede ser tan devastadora? La respuesta podría parecer lógica para algunas personas, pero evidentemente no para los actores principales y tomadores de decisiones a nivel nacional. Darwin dijo alguna vez: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, si no la que mejor se adapta al cambio”. Si lo analizamos bien, los huracanes son procesos atmosféricos que ocurren desde mucho antes de que los primeros humanos rondaran la tierra en busca de recursos para subsistir. Es nuestro deber como especie pensante aprender de estos eventos y adaptarnos a ellos.

En términos generales, el riesgo de que ocurra un desastre se puede expresar como el producto de una amenaza, el grado de exposición de una población ante esta amenaza, y la vulnerabilidad o susceptibilidad de esta población.

La amenaza suele ser de origen natural (lluvias torrenciales, inundaciones, marejadas, sequías, terremotos, etc.), por lo que es bastante difícil intentar predecir o controlar estos eventos. Sin embargo, al reducir factores como el grado de exposición, e incrementar la capacidad de esta población para afrontar la amenaza, se logra reducir proporcionalmente el riesgo de desastres.

En síntesis, la razón de que ocurran desastres derivados de eventos naturales no es, si no nuestra memoria corta y nuestra carencia de capacidad adaptativa.

Pero, ¿qué es lo que estamos haciendo mal entonces?

Como lo sugirió Albert Einstein, “la locura es esperar resultados diferentes haciendo lo mismo una y otra vez”. Es momento de replantear la manera en la que los humanos actuamos y convivimos en sociedad. Debemos evolucionar hacia una población más resiliente, o de lo contrario estaremos condenados a repetir la historia una y otra vez.

Holanda, por ejemplo, se encuentra hoy en día a la vanguardia en el manejo de recursos hídricos e irónicamente está adoptando una estrategia que a simple vista podría parecer algo sencilla. Recientemente, y en respuesta a los posibles escenarios devastadores del cambio climático, se ha comenzado a implementar en esta nación europea una estrategia denominada “Room for the River”, que consiste en ceder terreno dentro de las planicies de inundación de los ríos para permitirle a estos fluir sin causar daños en tiempos de crecidas. En otras palabras, al no haber poblaciones o activos expuestos a la amenaza, el riesgo de que ocurra un desastre se reduce significativamente.

Una forma eficaz de lograr este objetivo sería poner en marcha un Plan Nacional de Gestión Integral del Riesgo de Desastres enfocado a fortalecer la capacidad para afrontar fenómenos naturales de origen hidrometeorológico. Este podría incluir planes de ordenamiento territorial y zonificación en las áreas de mayor exposición a inundaciones (como Tegucigalpa y el valle de Sula, por ejemplo), de la mano de planes de manejo integrado de cuencas hidrográficas, y el diseño e implementación de medidas de mitigación tanto estructurales (diques, bordos, reservorios, etc.) como no estructurales (sistemas de alerta temprana, estrategias de evacuación, ordenanzas municipales, etc.).

Es aquí donde entrarían en acción los expertos en distintas ramas de la ciencia como la ingeniería civil, ambiental y forestal, hidrología e hidráulica, geología, planificación urbana, entre otras. Honduras cuenta con hombres y mujeres capacitadas en cada una de estas disciplinas, por lo que no cabe duda de que sería algo realizable a corto, mediano y largo plazo. Además, hoy en día existen tecnologías y herramientas informáticas de alta precisión a nuestro alcance que facilitan la generación de insumos para la toma de decisiones. En conclusión, reducir el riesgo de desastres como el ocurrido en el valle de Sula a raíz del huracán Eta no es tarea fácil, pero tampoco imposible de realizar. Todo lo que se requiere es un cambio de paradigmas y un poco de visión a largo plazo. De lo contrario sería una locura esperar resultados favorables cometiendo los mismos errores de siempre.