Columnistas

Buscando causas en vez de excusas

En las últimas semanas y con ocasión de las elecciones norteamericanas, he recordado nuevamente al maestro uruguayo Luis Eduardo González, prestigioso investigador social y “gran gurú” de las mediciones de opinión pública en su país, quien contaba con gusto la lección vivida en 2014 cuando su empresa Cifra erró en las proyecciones electorales de ese año. Con esa confianza y seguridad en sí mismo que solo provienen de la honestidad en el pensar y en el hacer, nos explicaba que las encuestas no eran infalibles y que a veces las personas pueden ser menos francas cuando se trata de explicar sus inclinaciones políticas. Cuando ello ocurre, en vez de buscar excusas hay que buscar las causas.

Con varios amigos muy aficionados al seguimiento a los ires y venires de la política norteamericana, comparábamos los resultados de la jornada electoral de los Estados Unidos de 2016 con los de las últimas semanas y concluíamos que, sin importar lo que hubiéramos hablado los meses anteriores y lo que pasara finalmente con las decisiones pendientes de definir en varios estados, el presidente (y empresario) Donald Trump ya había dejado su marca indeleble en la historia de esa nación.

Con él y sus ejecutorias no hay términos medios: se le odia o gusta (especialmente en algunos coterráneos). Entre mis allegados la mayoría se encuentra en el primer grupo, aunque he encontrado más de uno que con gusto se ha sumado a la campaña de cuestionar las intenciones y hasta afinidades de la dupla Biden-Harris, sin que importe mucho si el exsenador y exvicepresidente, así como la exsenadora y compañera de fórmula suman méritos, proponen acciones favorables a nuestras realidades o tienden a garantizar grandes causas en pro del planeta.

Por cómo se anticipa en las noticias, la confirmación de los votos electorales de algunos estados estará plagada de alegatos judiciales, amarillismo, conflicto y hasta pleitos callejeros que harán ruborizarse a más de un norteamericano, orgulloso de su sistema político y longeva democracia.

Aún con toda la incertidumbre y crispación prevalecientes en las elecciones yanquis, no hay duda de que la pandemia de covid-19 le restó emoción al proceso. En enero de 2020, poca gente se animaba a apostar por el candidato demócrata que enfrentaría a Trump. A pocos días del día de elecciones, nadie daba un cinco por este último. Los resultados del 3 de noviembre demostraron una vez más que no es fácil hacer pronósticos, especialmente cuando los basamos en estadísticas en las cuales la muestra está dominada por el sesgo, el prejuicio… y hasta por un sentido de vergüenza.

No es hora de desconfiar de las encuestas, pero sí de descreer en aquellos videntes que creen que las mediciones de opinión pública se pueden interpretar como se hacía antes de la irrupción de la internet y las redes sociales. En vez de buscar excusas, tratemos de explicar las causas.