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Un baño de ruda, por si acaso

Ya era suficiente el coronavirus para marcarnos este año: tragedia sanitaria y sumada la devastadora crisis económica; además, el repetido azote el dengue; y para rematar la temporada llega el huracán Eta; no faltará quien recuerde aquella vieja recomendación popular de bañarse con ruda para espantar la mala suerte.

La ruda era una tradición, una costumbre, que el paso del tiempo ha ido desvaneciendo, pero antes, muchas familias lo cultivaban en un tiesto al fondo del patio, en un macetero al lado de la casa; luego ponían sus hojas al fuego, no para una infusión bebible, si no para bañarse, confiados que ahuyentarían también los malos espíritus.

Como una cosa lleva a la otra, la curiosidad enseña que la ruda, originaria del Mediterráneo y Asia, era muy apreciada en la antigüedad como planta medicinal, para problemas digestivos, o antiespasmódico; con su efecto sedante, para disminuir el dolor y la inflamación, eso sí, con la advertencia que puede ser abortivo o espermicida, y además tiene alta toxicidad.

No solo eso, tanto los aceites de sus hojas y su aroma penetrante sirvieron en las cocinas europeas hace siglos, incluso la dieta de la antigua Roma ofrecía varios platos preparados con ruda, pero su extremo amargor fue cediendo el gusto por otras plantas, y el paladar moderno ya no lo soporta.

Mientras las plantitas siguen creciendo en algún patio hondureño, será importante que los futuros gobiernos aprovechen la inversión sanitaria que obligó el covid-19, los hospitales móviles, las salas reforzadas, el personal contratado, la experiencia adquirida, para que otra peste no nos tome desprevenidos.

Mientras las hojas de ruda están hirviendo en alguna esperanzada casa, que el recurrente dengue -que convive con nosotros- encuentre una gran resistencia en los patios limpios, en la fumigación continua que destruya al despreciable zancudo transmisor, y en los hospitales abastecidos y adecuados para evitar más muertes por esto.

Mientras se entibia el agua de ruda en algún baño crédulo, que las alcaldías atiendan a esas comunidades desheredadas, que se acomodan en las márgenes de los ríos, en sus casitas pobres, en suelos inestables, en laderas amenazantes, para que cuando lleguen las lluvias y los impredecibles huracanes no sigamos lamentando muertes, destrucción.

Mientras alguien se baña de ruda, que una reforma estructural permita una economía social, de apoyo a pequeños y medianos negocios, mejor distribución de ingresos y respaldo a ciudadanos de rentas bajas, para ir borrando esa desigualdad que acrecienta la catástrofe.

Y si el baño de ruda fallara, que probáramos con una buena gestión en el sistema de salud y educación, alcaldías diligentes, gobiernos creativos y solidarios; y que la mala suerte quedara solo en algo así como una superstición