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La gente se va, la corrupción se queda

Decirse adiós con un abrazo curtido de tristeza y abandono, llorar por la patria perdida y despedirse de sus hijos, agarrar una maleta de sueños y besar la frente de una madre, emprender el camino de espinas para cruzar la alambrada contra la voluntad es el drama de millones de personas en este mundo. Las migraciones forzadas suceden todos los días, a todas horas y casi en todos los países de la tierra.
Según los perturbadores datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hay 70,8 millones de personas desplazadas a la fuerza en el mundo. De estos, 41,3 millones son trasladados de forma interna, mientras que 25,9 millones de refugiados y 3,5 millones de demandantes de asilo. En definitiva, se trata de seres humanos que tienen que escapar hacia países ricos con el sueño de tener una vida realmente digna.
La crisis migratoria ante las caravanas de centroamericanos que han surgido en los últimos días es el drama humano más brutal de nuestro tiempo, transmitido en vivo y en directo sobre las sombras estremecedoras del éxodo irregular, huyendo de la realidad que se vive en Honduras, El Salvador y Guatemala, misma que obliga a sus ciudadanos a abandonarlo todo para buscar un mejor futuro. No importa ya si es bueno o malo, pues solo buscan un mejor porvenir para ellos y los suyos, porque en esta tierra ya no queda nada, solo corrupción y ese vacío escandaloso de la miseria humana que nos hurga los ojos, buscando respuestas en las estadísticas de muerte y saqueo.
¡A los pobres nadie los ampara! Hace unos días, la caravana de migrantes que intentó cruzar Guatemala con rumbo al norte, terminó en una tensión no tan diplomática. Las cancillerías de Guatemala y Honduras intercambiaron mensajes en los que el primer país acusó al segundo de no querer recibir de vuelta a los migrantes que están siendo repatriados, mientras que el Estado hondureño negó esa información. Lo cierto es que los pobres repatriados estorban en la patria de ellos y en las demás.
Esta es la cuarta caravana de migrantes en lo que va del 2020 y la primera durante la pandemia provocada por el Covid-19, retando todas las condiciones sanitarias y de paso, a las autoridades de cada país, porque no hay manera de encontrar salidas a la pobreza, sino es por estas vías clandestinas; mientras tanto, los camiones del Ejército guatemalteco devolvieron hacia Honduras a más de 3500 personas.
La versión del Gobierno guatemalteco es que «optaron por retornar de manera voluntaria»; entretanto, Honduras no da ni señales para poner este tema en una mesa de trabajo, en virtud de poder abordar la crisis, con una revisión seria por parte de los países involucrados. Hasta hoy, no hay acciones que puedan enfrentar esta problemática, y para detener el flujo de migración se debe duplicar el ingreso per cápita de cada país; esto se logra con 18 años de trabajo bien hechos, agregando que hay un fuerte déficit de plazas de empleo, razón que impulsa el hecho de tener que migrar, más la corrupción que paraliza cualquier iniciativa de inversión capital y la brutal impunidad que alimenta la violencia, con la cuchara grande de la política que siempre se ofrece como única alternativa a estas calamidades que ellos mismos cimentan.
Hay que adecentar las instituciones, programas de inversión en las zonas expulsoras de migrantes y el fortalecimiento en temas de migración, simultáneamente, acciones que deben enfocarse en esas comunidades de origen, en temas de educación, salud, seguridad, infraestructura y servicios. Más allá de los intereses perversos que pueden estar detrás de la caravana y más allá de la problemática de cada país, esto se debe atender humanitariamente.
El drama debe parar, ya los caminos están sembrados de cruces y de olvidos, los pies están heridos, agotados; los derechos humanos abusados, apaleados, marginados y enterrados en el desierto infame de cínicos funcionarios que huyen en una «caravana» de ladrones.