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Civismo imposible

En cualquier país pobre el civismo y todo lo que se diga sobre el amor patrio es hipocresía. Es imposible que exista y que no haya desarrollo. Puede ser, en todo caso, la construcción de una narrativa conveniente y hasta antropológicamente necesaria, y, en última instancia de un espectáculo, pero nunca verdadero civismo.

Aunque no haya sido explícitamente así, desde que los seres humanos comenzaron a organizarse en hordas, clanes y tribus hasta crear el sentido de nación y posteriormente las actuales estructuras que conocemos, el sentido ha sido el desarrollo y el progreso. Es por ello por lo que ese sentido de pertenencia que tenemos los seres humanos a la nación no tiene razón de ser si esta no cumple su principal objetivo, que es generarle al ser humano su mejor condición de vida posible.

En otras palabras, y sin pretender que esto se parezca a un sermón, no es posible construir verdaderos (nótese el adjetivo) sentidos de pertenencia sin desarrollo. Es normal que se critique “la poca identidad” que tenemos los hondureños, es decir, la facilidad con la que adoptamos las formas extranjeras: desde el vestir, la gastronomía, las celebraciones hasta la pérdida de la forma de hablar a favor de otras como la española, mexicana, colombiana, etc. Pero debemos saber que detrás de esa “poca identidad” lo que hay es un desapego porque no se puede concebir la grandeza de un país que no garantiza el bienestar de todos. Y ese “todos” no es retórico, es un todos de verdad.

Lo que vemos cada septiembre es la construcción de una narrativa folclórica que no es que esté mal, porque en primer lugar la necesitamos y, en segundo, está bien como entretenimiento. Sin embargo, encierra un enorme peligro: reconocer grandeza donde no la hay. Trataré de explicarme en los siguientes párrafos.

El amor a la patria es casi incuestionable, se da por sentado que uno la ama. Ese hecho no está mal, aunque decir “amar” es poco concreto y se presta para mucho discurso, pero de todas maneras está bien que se nos inculque. Lo peligroso es cuando se nos pide que admiremos a la patria. Honestamente no considero correcto admirar a un país con tantas deficiencias, porque es admirar la mediocridad. Y creo que si la “amamos” o en términos concretos queremos lo mejor para ella tenemos que decirle la verdad.

Admirarla ciegamente solo provoca que nos estanquemos, significa que así tal cual está bien. Y claro, alguien podrá acusarme de ver solo lo malo, pero la verdad es que no se inventaron los aviones alabando los aciertos que hubo en los intentos fallidos previos, sino yendo a los problemas y encontrando una solución. Básicamente porque bastaba con que hubiera algo mal para que el avión no funcionara.

No es esta una visión negativa, es la más positiva de todas: la que cree que no necesita mentirse hoy porque se puede alcanzar mejores estados. La otra, la supuestamente positiva, es en realidad una visión decadente, que cree que lo que tenemos hoy es lo mejor que se puede conseguir nunca.

Debemos aceptar que no tenemos ni un pasado ni un presente gloriosos, que nuestro nombre no está escrito con letras de oro en la historia de la humanidad. Está bien si sentimos un poco de vergüenza, porque nadie la soportaría toda la vida y todos nos pondríamos a construir una nación magnífica. Solo entonces el civismo será posible