Columnistas

Elegía de la tercera edad

Video visto en guasap: en una reunión familiar, alguien pregunta por la abuela. “Anda en el grupo de oración”, dice una voz. Acto seguido aparece la abuela, libre, fresca, entregada a brioso reguetón, que baila blandiendo compinche cerveza, en media pachanga de otras abuelas liberadas.

¿Y qué tal si ella hubiera dicho a la familia algo como “voy a bailar y a tomarme un par de cervezas con mis amigas”? Pues que no se lo habrían permitido, porque como abuela, no debe salir más que a misa, a orar, a dar pésames, a visitar enfermos o a cualquier otra inacción de similar solemnidad y escasa libertad. Los abuelos, salvo algunas excepciones, viven bajo virtual arresto domiciliario.

Entre la indiferencia familiar y la devaluación social, el adulto mayor es privado de derechos humanos inalienables, como libertad de decidir su vida, libertad de locomoción, libertad para amar y ser amado, derechos que la sociedad defiende, pero que rara vez reconoce a sus adultos mayores.

Una de las represiones más dolorosas y abusivas sobre el adulto mayor es la prohibición de amar. No se supone que tengan vida íntima ni aún estando casados. Cuando los viudos, las viudas, los divorciados, las divorciadas y otras solterías intentan amar otra vez, el castigo es el ridículo: “ya no estás para esos trotes”, les dicen con humillante sarcasmo, como si aquellito se hiciera al galope, o necesitaran ser atletas para intimar.

La exclusión, que comienza cuando las empresas niegan empleo a los mayores de 35 años, está relacionada con el trato diferenciado, que es remarcado a los 60 años, la llamada tercera edad. Hay expertos en el tema –pueden leerse en Wikipedia- para los que esa clasificación es en sí discriminatoria, porque separa a los adultos mayores por la sola circunstancia de su edad. Hasta la década del 60, el respeto y el afecto por los adultos era generalizado, enseñado en la escuela y exigido en la familia. Es hasta que los valores morales son relegados por el consumismo y el libertinaje de los mercados, que los adultos mayores son vistos como carga social. Este cambio viene de la llamada cultura occidental, donde la gente no vale por su condición humana sino por lo que tiene y gasta. Pero no es así en el Oriente. En China, en Japón, en India, en las culturas árabes y en las judías, los adultos mayores siguen siendo amados y respetados.

Los más golpeados por la exclusión, la indiferencia y la soledad son los mayores de 60 años que deben vivir con sus familias cuando pierden sus parejas o sus empleos, y tienen pocos ahorros. El 92% de los hondureños carece de pensiones de retiro. Luego la sociedad los llama improductivos.

La magnitud del problema del adulto mayor, social y creciente, puede verse en la página web de la Dirección del Adulto Mayor, del Ministerio del Interior. En una reseña muy discreta del tema, el trato de las familias al adulto mayor está definido por palabras como “discriminación, estorbo, abandono y soledad”. Pero esta es cuestión social de todos, no solo del gobierno, y menos aún el maltrato familiar, que provoca abandono, melancolía y depresión. El tamaño del problema social es medido por un número sorprendente: en Honduras, el 55% de los jefes y jefas de familia son adultos mayores. Es asunto de educación y tiempo. Pero también es asunto de cultura, de práctica social. A menos que gobierno, sociedad y familia actúen pronto, los insensibles represores de hoy serán los reprimidos y abandonados de mañana