Columnistas

Este congreso tóxico (Dedicado a Mauricio Torres M)

Cuesta creer que exista alguien tan desconsiderado con su patria como para verterle veneno. Uno comprende que ocurran situaciones explosivas en las naciones, que las llevan a deteriorarse, escindirse y desaparecer, cual Yugoslavia, antiguo Vietnam, Tanganica, RDA y Unión Soviética, pero ello ocurre a causa de intensos y complejos procesos históricos, étnicos, económicos y sociales, no por voluntad de las partes integrantes. Pues el ser humano tiende, más bien, a defender su entorno, del que aprende a generar sensibilidad y amor por los territorios de su biografía, suelo de sus padres, reino de sus creencias, futuro de los hijos. No hago daño a lo que es parte mía, de mi alma, mi recuerdo y mi corazón.

Reinaban en Honduras los liberales, 1980, cuando a un vil personaje de la política norteamericana, el ministro de Estado Elliott Abrams, tras visitar La Mosquitia y admirar su rica diversidad ambiental, se le ocurrió el superlativo negocio que sus árboles significaban y propuso a sus otros viles cómplices del país le extendieran una concesión forestal y le permitieran recoger los troncos cortados (para no invertir en carreteras) con globos aerostáticos, los que en cantidad ignorada los trasladarían a barcos anclados en la costa, rumbo al exterior. No lo consiguió porque el escándalo fue mayúsculo: se indignó el pueblo, protestó la sociedad, lo denunciaron honestos medios de comunicación de entonces y lo contuvieron inteligentes legisladores.

Similar fue el intento de Stone Container, de Chicago, que proponía talar por 40 años 2.5 millones de árboles en un millón de hectáreas entre Olancho y Yoro y convertirlos en virutas para amasar papel. Fue tanta la repulsa expresada por el pueblo, y su lucha patriótica, que el gobernante Leonardo Callejas devolvió en 1992 la oferta, aunque se desconoce si con vergüenza de haberla aceptado. El director de Cohdefor, Porfirio Lobo Sosa, se deprimió: era el más feliz proyecto de su vida.

Poco antes estuvo a punto de consumarse el ecocidio, cuando sucios políticos cachurecos aceptaron que se volcara en el país, sin autorización legal, la carga de un navío norteamericano repleto con desechos tóxicos, mayormente caca de Filadelfia. Un ecologista nacional cuyo nombre silencio para protegerlo tuvo información temprana del barco, proporcionada por PNUMA, hasta ubicarlo atracando en Puerto Cortés. Movilizó urgente a sus contactos, incluso oficiales, y logró que detuvieran en el aeropuerto Villeda Morales a los marinos, que huían, y retornarlos a su nave a fin de que la devolvieran al carajo.

Son anécdotas reales que testimonian cómo Honduras ha tenido siempre malditos vendepatrias anclados en la estructura oficial, capaces de modificar leyes, irrespetar acuerdos internacionales y emitir decretos perjudiciales al beneficio, la protección —y sobre todo la salud— nacionales a cambio de pervertidos dineros.

En el más reciente episodio de aprobación para que se importe desechos de baterías eléctricas, vedados por ley, convendría identificar al gran capo, jefe de mafia que procura lucrar con el daño público y que, sin duda, pertenece a esa burda logia, escuela neoliberal de gánsteres, en que estos miserables han convertido al país