Columnistas

Los pecados originales

Casi todas las naciones registran en su pasado acontecimientos negativos que han marcado su historia, trascendiendo el tiempo, impactando a múltiples generaciones.

En Estados Unidos, ellos son: la expansión de los colonos desde la costa este hacia el interior a costa de los pueblos y sociedades de los habitantes originarios: los indígenas, gradualmente despojándolos de sus territorios, y la esclavitud de millones de mujeres y hombres africanos. Ambos hechos antecedieron a la emancipación del Imperio Británico y continuaron una vez alcanzada la independencia en 1776. Si en la declaración se consigna: “...Todos los hombres son creados iguales...”, se excluyó a indígenas, negros, mujeres.

Las guerras de conquista contra tribus aborígenes progresivamente fueron arrinconándolas hasta ser confinadas a regiones áridas, aisladas, en reservaciones. Los tratados firmados entre ellas y Washington fueron irrespetados por el gobierno federal. La Guerra Civil que enfrentó al Norte industrial, capitalista, con el Sur agrario, esclavista, concluyó en 1865 con la victoria del primero y la liberación formal de los esclavos. Ello no significó la igualdad de derechos y oportunidades para los libertos. Se promulgaron leyes federales y estatales discriminatorias que restringían su condición ciudadana de plenos derechos. Ambas etnias registran elevados índices de marginalidad social: los indios poseen tasas superiores al promedio de pobreza, alcoholismo, suicidio; los negros, 13% del total poblacional, representan un desproporcionado porcentaje del total de la población carcelaria. Las tasas de desempleo son comunes a indígenas y afrodescendientes respecto a sus compatriotas blancos. Hoy, la nación norteamericana hace frente a tres crisis severas: sanitaria (más de 125,000 fallecidos), laboral (13% desempleo, acercándose a la registrada durante la Gran Depresión), social (racismo institucionalizado). El asesinato de George Floyd a manos de la Policía, lejos de ser un hecho aislado, representa una tendencia cada vez más frecuente, arropada por la impunidad de agentes del orden y autoproclamados “vigilantes” que matan a sospechosos de delinquir. Los niveles de protesta y desencanto por parte de estadounidenses de diversas razas, edades, ocupaciones, volcados multitudinariamente a las calles en diversas ciudades, en magnitud superior a revueltas urbanas anteriores, indica el grado de frustración y rechazo. En distintos países ocurren marchas solidarias, que, paralelamente, cuestionan la brutalidad policial a su interior: Francia, Inglaterra, Canadá, Australia, entre otros. Se vive un punto de inflexión-reflexión ciudadana respecto al estado actual de las relaciones raciales; una toma colectiva de conciencia, positiva para, finalmente, enderezar el peligroso rumbo que ha conducido a Estados Unidos a una crisis sistémica, estructural.

Ha llegado el momento de grandes rectificaciones-transformaciones sociales, económicas, legales, culturales. Este momento histórico debe ser aprovechado al máximo, no debe constituirse en una oportunidad desaprovechada, lo que significaría una verdadera tragedia nacional.