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Taxonomía de la incredulidad

Cuando en el futuro, con otra perspectiva, se contemple lo que nos embarga en este 2020 no debemos pensar en el virus como el principal motor de la catástrofe, sino en el ser humano. Las formas verbales “infectar” o “matar” si están conjugadas con el virus forman lo que en la gramática moderna de la lengua española se llaman oraciones medias, a pesar de que originalmente, por su naturaleza formen oraciones activas. Medias quiere decir que simplemente siguen su proceso natural, no hay un grado de conciencia del sujeto en la oración. El ejemplo prototípico es “la hierba crece” donde la hierba simplemente experimenta el crecimiento, no es que ella quiera crecer o haga algo para conseguirlo.

En cambio, si en la oración el sujeto de estos verbos es un ser humano, deja de ser media y se transforman en lo que naturalmente es: activa. Porque el ser humano sí ejecuta acciones para llevar la enfermedad de un lugar a otro. Aunque nadie quiera explícitamente contagiarse o contagiar a otra persona, sí ejecuta acciones para hacerlo. Entonces, en ese orden de ideas el menos culpable es el virus, él no tiene ni moral ni ética y el hombre por antonomasia sí.

El gran factor que facilita esta movilidad del virus es la incredulidad. Todo lo demás se desprende de ella. Es tan general que hasta se puede hacer una clasificación. Comenzaremos desde la más elemental de las incredulidades hasta llegar a la más compleja.

Se ha demostrado en la historia humana que el hombre está diseñado para creer en algo, y si no se cree en el daño que puede hacer el coronavirus, debe haber entonces otra opción. El resto de las posibilidades son teorías de conspiración entre las que se encuentran la instalación de chips por medio de una vacuna, mecanismos de dominación política, negocios farmacéuticos y otras más descabelladas.

En otro nivel aparecen los que sufren lo que llamo el síndrome de la tercera persona, que está conformado por aquellos que como si la vida se tratara de una película o un videojuego cree que todo le sucede a terceros, pero nunca a ellos. Surge la típica frase “a mí no me da”, “han pasado otras enfermedades y nunca me ha sucedido nada”.

Eso nos lleva al superhombre, una especie de subclasificación del anterior, porque no descree lo que está sucediendo, sin embargo, piensa que cuando llegue a él no podrá pasar de una gripe. Quizá tenga razón, pero es un comportamiento egoísta, porque deja de fuera lo que les pueda pasar a sus cercanos o en general a las personas con las que tiene contacto.

Hay que mencionar también al hombre posverdadero, quien creerá solamente cuando le convenga, cuando vaya de acuerdo con lo que le interesa en el momento. Lógicamente tendrá un comportamiento intermitente e impredecible.

Por último, están los temerarios irracionales que a pesar del grado de consciencia que puedan tener de la situación que enfrenta el mundo prefieren actuar como si nada, contrario a los anteriores, sabe que se puede enfermar, saber que puede enfermar a alguien, que se puede agravar y morir, pero simplemente no le importa lo que suceda.

Las causas de estos grados de incredulidad son diversas, desde las visiones de mundo hasta las debilidades individuales y colectivas. Todas las situaciones son igual de peligrosas y lejos de simplemente comentar o criticar a los incrédulos se los debe convencer. Es imperativo.