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La inesperada virtud de la ignorancia

Para construir los más aclamados libros de la economía mundial, los especialistas, además de buscar las incompletas estadísticas, antecedentes, balances de la historia, repasaron las inmensas obras de la literatura para entender cómo vivía, sentía y pensaba la gente en los siglos pasados, en las novelas de Dickens, Balzac o Jane Austen.

En cien años -más que por en las cifras atroces de muertos, enfermos, países- nuestros descendientes sabrán cómo vivimos y morimos esta inédita tragedia del coronavirus a través de novelas, cuentos, poesías, cine, teatro, que reflejarán este miedo cotidiano a lo invisible, el alejamiento obligado, la ruptura de la rutina, el agobio concentrado.

¿Pero qué contará la literatura sobre nuestro tiempo? Una sociedad brutalmente dividida por codiciosos intereses políticos; una despiadada desigualdad que hace flotar en la abundancia a pocos, sumerge a tantos y ahoga a muchos; una población alienada por el imparable consumismo que idolatra lo material; una insufrible ignorancia que banaliza el conocimiento, la razón.

El buen arte seguro reflejará a la persona contemporánea, hombres y mujeres de hoy, en la arrogancia de su soledad y en la prepotencia de su superficialidad, que rellenan sus vidas vacías, inseguridades, fobias y complejos, por ejemplo, abrumando las redes sociales; ocupándose de la vida de los demás.

Las mejores alegrías les llegan comprando costosas cosas de moda y, el que puede, la gran casa, la potente camioneta. Escalando posiciones parándose en los demás. Todo finge éxito, placer, comodidad. Hasta que ha llegado ese microscópico bichito en forma de coronavirus para gritarles que esos aparatos y lujos no son tan importantes, que la vida es frágil y se rompe con nada.

La formidable película Birdman, de Alejandro González Iñárritu, cuenta sobre un actor que hizo de superhéroe; que una vez fue famoso; derrochó el dinero y su familia. Ahora, derrotado y con mil obstáculos surrealistas, intenta reconstruirse haciendo lo que siempre quiso y que lo haría feliz; lo logra, y subraya el subtítulo del filme: “La inesperada virtud de la ignorancia”.

De algún modo, todo mundo tiene a un Birdman hablándole al oído, incitándolo, atrapándolo bajo un manto de ignorancia en la absurda competencia por sobresalir y acumular posesiones, y eso deriva en estrés, frustración, desdicha. Hasta que -recuerdo- vino el coronavirus a encuarentenar y obligar a descubrir que también hay felicidad en las cosas que no se compran.

Ojalá que al final de esta pesadilla de días disruptivos, vida confinada, aroma a gel, respirar con mascarilla, no nos conformemos con volver a la normalidad, sino a algo mejor; que no solo sirva para pensar la realidad, sino para transformarla; que los libros cuenten que una inesperada virtud de la ignorancia hizo en algunos una transmutación para crear mejores y más felices personas