El Covid-19 infunde miedo en su más diversa intensidad; temor a contagiarse, recelo a la medicina preventiva de quedarse en casa, pánico por las consecuencias de la cuarentena en la economía, terror por la incertidumbre de cuándo estaría la cura en el mundo, y horror de que en medio de la crisis algunos estén pensando en lucrarse.
El contagio ha modificado la forma de trabajar y generar el sustento diario, las conductas de higiene y aseo personal, las formas de relacionarse, el trato y la convivencia familiar, el idealismo personal y debemos esperar que también modifique la conciencia humana.
El Covid-19 ha enfrentado a la sociedad con problemas casi de supervivencia como la alimentación y la salud. Y cuando se trata de la satisfacción de una necesidad, el individuo desarrolla una serie de actitudes, que podrían doblegar su carácter o más bien fortalecerlo.
Las actitudes se desarrollan en un proceso de satisfacción de necesidades; se crean actitudes favorables hacia las personas que satisfacen sus impulsos, pero no sólo como un fin sino también como un medio, por ejemplo, se ama a los médicos como a la vida porque ellos permiten la prolongación de la misma, y se puede odiar a quien restrinja esa oportunidad de vida y bienestar.
En una crisis el carácter se puede quebrar, pero más bien termina forjándose porque es con el que se logra la capacidad de renovar, de sacar las cualidades psíquicas y afectivas que permiten ser, pensar, sentir y actuar.
En este momento de crisis e incertidumbre la formación de actitud y carácter se vuelve vital para generar un cambio en la sociedad con una visión diferente de nación y valores, por medio de que la formación de actitud y carácter pase de un plano meramente personal individual a uno en que lo aproveche el jefe de familia, los líderes de iglesias, los rectores universitarios, los líderes políticos y la dirigencia empresarial.