Columnistas

Vivimos la sociedad del miedo

Hace unas cuatro décadas la sociedad en general y particularmente los hondureños teníamos más seguridad que en la actualidad. Crecí parte de mi adolescencia y juventud en la ciudad de Tegucigalpa en condiciones de una relativa seguridad, de hecho, en la capital se podía recorrer los barrios y colonias de la ciudad a cualquier día y hora y no pasaba nada que pusiera en peligro la vida. Años después, eso ya no se puede, cualquier lugar es peligroso, los centros comerciales y recreativos, a diferencia del pasado, están resguardados con personal de seguridad. La población cuando se desplaza de un lugar a otro muestra un estado de nerviosismo que por sí mismo delata el miedo del cual somos víctimas. Algunos lugares se han convertido en cárceles y hasta espacios públicos como iglesias, funerarias y otros han tenido que cambiar sus prácticas. Las relaciones interpersonales han sufrido cambios drásticos, incluso entre familias.

Aun en medio de las limitaciones que teníamos como país pobre y subdesarrollado, habían expectativas sobre el crecimiento personal; la formación académica como recurso de movilidad social ascendente era una fuente de esperanza para los jóvenes, eran los tiempos donde lo que se llama fuerza de voluntad y sacrificio personal permitía que a través de realizar estudios en educación media o en el mejor de los casos, una educación universitaria, garantizaba un trabajo con un ingreso que permitía adquirir una vivienda, formar una familia y tener recursos para educar a los hijos. Muchos crecimos en ese ambiente. En estos tiempos tener una formación profesional ya no es garantía de adquirir un empleo y si se consigue, es un empleo de bajo salario; son miles de graduados en institutos técnicos y universitarios que no logran una colocación en una institución del Estado, empresa privada o negocio personal. La falta de trabajo o la amenaza de perderlo se ha convertido en uno de los miedos que no permiten a las personas tener certeza sobre su futuro.

Cuando los espacios públicos le han sido arrebatados a la población, hasta en el más mínimo detalle como es la libre locomoción, a causa de la actividad delictiva y las esperanzas de lograr una posición social que mejore la condición humana es porque a la sociedad se le ha quitado la condición de ciudadanía. La gente tiene miedo de perder lo que tiene, incluso la vida misma. El miedo se ha convertido en algo cotidiano y cubre cada vez a más personas y grupos sociales. Pero los miedos no solo surgen a causa de problemas sociales que tienen que ver con la exclusión social; lo nuevo de los miedos en la actualidad tienen que ver con algo más dramático. Lo que ocurre con el problema del coronavirus, en última instancia, demuestra una realidad compleja, es la contradicción entre una forma de organización social y la naturaleza.

Los recursos naturales han sido sometidos a un nivel de explotación que ya resultan insuficientes para satisfacer las demandas de una sociedad, que más allá de resolver necesidades comprensibles busca satisfacer un apetito consumista sin límites. La naturaleza, como la sociedad, se venga de sus violadores.