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Imposición, no negociación

Así puede resumirse el plan presentado por el presidente Trump supuestamente para alcanzar una solución definitiva al conflicto palestino-israelí, que ya supera un siglo de duración.

Distintas opiniones vertidas al respecto coinciden en que apoya absolutamente a una de las partes en perjuicio de la otra. Para Víctor Bulmer-Thomas, a partir de las administraciones Kennedy (1961-1963) y Johnson (1963-1969), la política estadounidense se parcializó oficialmente, favoreciendo a Israel, la que respaldó incondicionalmente a Washington en su política exterior durante la Guerra Fría en África, Centro y Sur América. (Empire in Retreat, p. 205).

Martin Indyk afirma: “...El equipo de Trump decidió cada uno de los temas del estatus final: fronteras, seguridad, Jerusalén, refugiados, mutuo reconocimiento en favor de Israel antes de que las negociaciones siquiera hubieran empezado” (Foreign Affairs, enero-febrero 2020). Uno de los diarios más influyentes del mundo concluye: “...con un vistazo al mapa del propuesto ‘Estado’ Palestino, se ve que no sería tal: sería un retazo de islotes étnicos conectados por puentes, caminos, túneles, todos sujetos a requisitos de seguridad definidos por Israel.

El Plan Trump efectivamente otorga a Israel el derecho de anexar casi todos los asentamientos israelíes y el valle del Jordán. A los palestinos se les asigna mucha menos tierra que en cualquier propuesta previa... El ‘Estado’ que la propuesta bosqueja permanecería bajo la vigilancia militar israelí y solamente sería creado al final del período de cuatro años si los palestinos reúnen un conjunto de severas condiciones.

Israel decidiría si dichas condiciones han sido cumplidas, efectivamente otorgando a Israel un veto indefinido sobre la estatidad. A lo largo, el Plan refleja el abrazo de Trump a los deseos de los nacionalistas de Israel y a sus donantes judíos y evangélicos... difícilmente parece retener cualquier esperanza real de soberanía palestina significativa o mejoras reales en la condición de su población. Previamente, Trump, unilateralmente, decidió el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí en las alturas de Golán, acelerando los asentamientos israelíes en la Franja Occidental del Jordán, ilegales bajo el derecho internacional... renunciando a cualquier semblanza de equidad...” (Trump’s Middle Eastern Plan: Starting Point or Dead End? New York Times, Consejo Editorial, 30 enero 2020).

Un analista sostiene que dicho plan contiene fallas severas: prioriza los intereses judíos sobre los palestinos; recompensa e incluso incentiva asentamientos y despojos adicionales a los palestinos; nuevamente pone los toques finales que legisladores estadounidenses, republicanos y demócratas, durante años ayudaron a construir durante las últimas décadas, a medida que Israel fue ocupando la Margen Occidental, proporcionando a Israel respaldo diplomático, vetos en el consejo de Seguridad de Naciones Unidas, presión en los tribunales internacionales y cuerpos investigativos para no demandar a Israel y billones de dólares en ayuda anual.

Otorga a Israel protección para perpetuar el statu quo: Israel como el único soberano controlando el territorio entre el río Jordán y el Mediterráneo, privando a millones de personas sin Estado de derechos civiles básicos, restringiendo sus movimientos, criminalizando opiniones que pueden dañar “el orden público”, encarcelándolos en “detención administrativa” indefinida -sin juicio o acusación-, despojándolos de sus tierras.