Columnistas

Los sueños del padre Milla

Fausto Milla, un hombre que escogió el sacerdocio como vía para servir a los pobres, primero con sus mensajes de buenas nuevas, predicando el evangelio liberador en una sociedad cuyas instituciones no toleran el esclarecimiento de la verdad y por lo cual tuvo que sufrir todo tipo de persecución, llegando hasta la expulsión de su patria, para luego, después, desde la medicina alternativa, proyectarse a los pobres, superando con esto el valor de la palabra por la acción directa en un tema tan importante como es la salud.

Nació en Guarita, departamento de Lempira, en el occidente de Honduras, el 22 de octubre de 1927, pese a sus 93 años de edad sigue en su labor evangelizadora. Es de los hombres buenos con que cuenta el país y el departamento cuyo nombre evoca la legendaria historia del que de forma temprana se convirtió en defensor de la identidad nacional, el
indio Lempira.

El padre Milla no requiere del beneplácito de una agrupación política para emitir sus opiniones críticas sobre el quehacer de los que han encontrado en la política su modus operandi, como dando la impresión que se es más libre de reflexionar sobre el tema cuando no se tienen compromisos de tipo ideológico y organizativo.

En una de las últimas declaraciones que ha hecho pública, el padre Milla hace una propuesta muy original, que de no ser porque a la población hondureña los líderes políticos y funcionarios públicos nos han acostumbrado a sus desfachateces en sus prácticas frente a los asuntos del Estado, recibiría la consideración de amplios sectores de la sociedad. Ha propuesto “una ley contra la corrupción, salario mínimo para todo mundo, presidentes, barrenderas, y así se verá que se acaban candidatos, diputados, mismos presidentes y alcaldes”. Es una propuesta que de llevarse a la práctica terminaría con los encantos malhechores de la política, razón por la cual muchos se orientan no para servir al país, sino para servirse de la nación.

La propuesta tiene antecedentes en otros países. Bajo la premisa de que un diputado no debe tener más privilegios que un ciudadano común, en el parlamento sueco, por ejemplo, un diputado gana la tercera parte de lo que gana un profesor, no tienen beneficios adicionales, no hay presupuesto para nombrar asesores, seguro médico y viáticos, no gozan de ingresos extras para el pago de gastos de celulares y gastos de publicidad. La inmunidad parlamentaria es un concepto que no existe, por lo que los diputados son responsables por lo que dicen y hacen. El sueldo de los diputados lo aprueba una comisión independiente que no tiene ninguna relación con los parlamentarios.

La propuesta del sacerdote Milla quedará en el campo de los buenos deseos, de los sueños y aspiraciones de miles de hondureños que desean ver una sociedad con desarrollo y prosperidad para todos. En el país nada cambiará, excepto aquello que se reforma para continuar con el mismo sistema de privilegios para unos pocos, para los políticos que encontraron que la mejor manera de vivir es teniendo en los recursos públicos la fuente de aprovisionamiento para ellos y sus familias.